Aprovechando la Semana Santa me fui a una casa rural con un grupo de amigos y por la noche, cuando todos se habían ido a dormir, surgió una conversación con una de las chicas del grupo. Por cosas de la vida (que hasta entonces yo desconocía) ella no suele salir mucho y no teníamos demasiada confianza, pero en petit comité se abrió y me contó que desde hacía un par de años tenía episodios de ansiedad y que estaba recibiendo tratamiento farmacológico. Hablando un poquito más sobre el tema le pregunté que por qué estaba yendo exclusivamente al psiquiatra y no lo compaginaba con un psicólogo. Mi intención no era juzgar, no me malinterpretéis. Sólo quería saber si había tenido una mala experiencia o si simplemente no podía permitirse pagar o esperar la cita de la seguridad social.

“Yo no necesito ir al psicólogo, soy fuerte.”

Hablamos un buen rato y nos fuimos a la cama. No sé si conseguí ayudar en algo, pero ella me hizo reflexionar. Durante toda la noche una pregunta rondaba por mi cabeza:

¿Pedir ayuda es un signo de debilidad? Pues entonces yo soy la persona más débil del mundo.

Soy débil porque hay días en los que no puedo más por el trabajo y me entran ganas de mandarlo todo a la mierda.

Soy débil porque cuando estoy enferma me meto en la cama y llamo por teléfono a mi madre.

Soy débil porque cuando duermo sola me cuesta descansar y acabo rescatando a mi oso de peluche. Sí, ese que me regalaron con 7 años y que tiene más remiendos que un traje de los años 20.

Soy débil porque ir al psicólogo me parece lo más sabio que puedes hacer si no puedes gestionar las cosas en solitario.

Soy débil porque reconozco que no puedo hacerlo todo yo.

Soy débil porque cuando discuto con mis amigos o pareja, me afecta durante horas.

Soy débil porque cuando estoy triste, no me avergüenza llorar por la calle.

Amigas, soy débil por muchas razones y precisamente esas debilidades me han convertido a día de hoy en una mujer fuerte.

Gif de Buzzfeed.