El otro día estaba tomando un café cuando en la mesa de enfrente una madre hablaba con su hija. También estaba en la mesa la hermana de la madre. La hija venía del baño llorando y le confesaba a la madre que le había venido la regla. Madre y tía se echaron a reír y le dijeron ambas «Bueno Paula, ahora ya eres una mujer de verdad«. La hija preguntaba por qué, todavía entre lágrimas, sin poder entender. La madre añadió «Pues porque al tener la regla ya no eres una niña, eres una mujer, porque puedes tener hijitos. Ya eres una mujer de verdad, alégrate».
Aunque seguro que fue algo dicho con la mejor de las intenciones y para restar importancia a las lágrimas de la hija, me pareció algo bastante insólito escuchar en el siglo XXI que una mujer le dijera a su hija que ya era una mujer de verdad por poder concebir. Parte del lenguaje sumergido que queda todavía de anteriores generaciones de sociedades machistas, impera todavía en conversaciones mundanas del día a día.
Lo que me hizo plantearme, ¿Qué es una mujer de verdad? o mejor dicho, ¿Qué es ser una mujer? ¿aquella que tiene la regla? ¿Las niñas sin menstruación no son mujeres o no deben sentirse como tales? ¿Las que toman pastillas anticonceptivas no son mujeres de verdad? ¿Pierden la connotación de mujer aquellas que quieren tener hijos pero no pueden? Es el estigma de mujer incompleta que acecha a aquellas que no desean tener hijos.  ¿No son las mujeres transexuales mujeres de verdad? ¿Aquellas que se hormonan son súper mujeres?
Podría parecer una hipérbole lingüística sacada de quicio de una conversación madre-hija, pero la realidad es que todas estas preguntas arriba mencionadas caen como espadas ardiendo en los corazones de cada una de esas mujeres a las que se les resta o juzga por convicción o incapacidad de concebir, por sus genitales o por su menstruación. Y detrás de cada mujer libre e independiente, está la niña con su osito en la mano que tuvo que ser fuerte, sin opción y a veces sin comprensión.

@LuciaLodermann

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