¿Recordáis cómo era el ligoteo antes del Tinder? Aquellos maravillosos años en los que para conocer a alguien tenías que armarte de valor o bien pedirle a un colega que hiciera de Celestina. Yo escogí la segunda opción, y una amiga me presentó a un chico que era de “mi tipo”.

En aquel momento no me apetecía nada serio. Estaba empezando la carrera, acababa de dejarlo con mi primer novio, y no quería cerrarme puertas a nada. Dicen que cuando dejas de buscar el amor, aparece, pero no fue mi caso.

El chico en cuestión, al que llamaré Álex, era inteligente, divertido, y compartíamos muchos gustos. Me atraía y me lo pasaba bien con él, pero no sentí esa necesidad de tener algo serio, y se lo hice saber. Desde el primer momento, deje muy claro que no buscaba una relación, que no quería exclusividad y que tampoco iba a cambiar de parecer con el tiempo, y por suerte, él pensaba igual que yo.

Estuvimos enrollándonos de vez en cuando durante un par de meses, sobre todo de fiesta. Sí que surgió algún plan “a plena luz del día”, pero poco más que quedar en la plaza e ir caminando hasta un bar del centro para tomar una caña. La relación se basaba en hablar más bien poco y en darnos el filetazo si coincidíamos. Aun así cada cierto tiempo sacábamos el tema del “compromiso” para tantear el terreno, pero siempre manteniendo nuestra idea del principio.

El caso es que a mediados de octubre, yo fui a ver a una amiga que estaba de Erasmus en Dublín. Yo no sé si al chaval le echaron droga en el Cola Cao o qué pasó, pero al volver cambió radicalmente.

Me escribió al WhatsApp para quedar, y nos vimos en el bar de siempre.

“Mira, verás. Me he dado cuenta de que me gustas mucho. Quiero algo serio contigo. No quiero que estés con más tíos, quiero que estés solo conmigo.”

La conversación me chocó muchísimo, porque no entendía como de una semana para otra había cambiado de opinión, aunque con el tiempo entendí que simplemente había estado ocultándome sus sentimientos y mintiéndome durante ese tiempo.

Por supuesto, no quería mentir y hacer daño al chaval, y mucho menos quería forzarme a tener una relación cuando no tenía tiempo ni ganas para ello.

“Álex, eres un tío muy majo, de verdad, pero yo no te mentí cuando dije que no iba a querer nada serio. Lo lamento si te duelen mis palabras, pero no estoy enamorada de ti, y creo que es mejor dejar de enrollarnos porque vas a pasarlo mal.”

A más tacto tenía yo, más cabreado se ponía él. Yo jamás quise hacerle daño. Fue mi primer rollo y aunque tenía poquita experiencia en el tema, prioricé en todo momento sus sentimientos y las posibles consecuencias de mis actos.

“Venga… Ya te he dicho que me gustas. No te hagas la difícil.”

No te hagas la difícil. Cinco palabras que me dolieron como puñales. No soy más fácil o difícil por escoger cuando cerrar mis piernas y mi corazón, pero parecía que el golpe en el ego de Álex, había provocado secuelas en su capacidad para razonar.

“Lo que a ti te pasa es que eres una niñata que se cree más de lo que es. Miedo al compromiso es lo que tienes. Te acojona estar conmigo porque sabes que te gusto, pero te preocupa que sea como esos capullos con los que andarás follando los fines de semana.”

Entonces perdí la paciencia, y me tocó explicarle que no me acojonaba el compromiso, no me acojonaba la actitud de los tíos con los que follaba cuando me daba la gana, no me acojonaban mis sentimientos; que quien no me gustaba era él.

Álex me dejó de hablar y con el tiempo me enteré de que me llamaba “la puta” delante de sus amigos. Era una cría y me dolió, pero semanas después me tiré a un amigo suyo y se me pasó el disgusto.

Autora: Eme