“y con la venda de los ojos me hice un lazo en el pelo; ahora estoy más guapa y menos ciega”
Sara Buho

A mí siempre me gustaron los diccionarios, no sé por qué siento una extraña fascinación por esos dos tomos que van juntitos, mucho, como una pareja de amantes, metiditos en una funda, apretados, casi asfixiados (el de la RAE en concreto es así, y ese fue el que pedí hace mucho tiempo a los reyes magos, en agosto, porque yo las navidades las celebro cuando me da la gana) y, de repente, se me ocurrió buscar la palabra “ceguera”. Y me di cuenta, he sido ciega, además de inculta, porque nunca hubiera pensado que la mismísima Real Academia recogiera en la definición de ceguera mi propia enfermedad. ¿Curioso verdad? Esto es lo que ponía:

CEGUERA.
De ciego.
1. f. Total privación de la vista.
2. f. Especie de oftalmia que suele dejar ciego al enfermo.
3. f. Alucinación, afecto que ofusca la razón.

Y es que aquel que dijo “no hay más ciego que el que no quiere ver” debió buscar, como yo hice, la definición en el diccionario. Pero claro, cuando tu cerebro se empeña en que una cosa es de determinada manera, ya puede venir el mismísimo Bradley Cooper en persona a decirte lo contrario que no le vas a hacer NI PUTO CASO, porque como dice la RAE, estás alucinado, supongo que tanto que crees que hasta Bradley es una visión (que paradójico es ser ciego y ver visiones).

Me resulta bastante curioso, ahora que me he puesto a escribir sobre ello, la cantidad de frases que aluden a esa ceguera que, sin ser física, es mucho peor, más oscura y sobre todo más sufrida. Esa ceguera creada por el amor “el amor es ciego” o esa semi-ceguera de cuando empiezas a ver que aun sin ser el camino sigues empeñado en que puede que todo cambie, y es que “en el país de los ciegos, el tuerto es el rey”, y yo soy experta en llevar un ojo de cristal, como Leiva, con estilo, con vermú, con labios rojos. Unos labios rojos que durante mucho tiempo se quedaron solo para los “findes”, y durante otro mucho en un cajón, y el único rojo ha sido el del logotipo de Netflix en el televisor.

Cuando Saramago, en su ensayo de la ceguera, dijo eso de “Creo que nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven” tenía mucha razón, tanta que incluso a veces, solo de pensarlo, me da miedo. Sin embargo, una cosa si es cierta, y es que en el momento de máxima ceguera, en ese que viene Bradley Cooper y le mandas a freír espárragos, en ese momento, eres feliz, mucho, infinitamente, y la hostia que te darás cuando recuperes la vista será directamente proporcional a lo feliz que hayas sido y a lo grande que haya sido tu venda. Pero cuando te caes, sin quererlo (o de la propia hostia que te das), recuperas la vista. Y desearías que Bradley estuviese ahí para recoger todos los pedazos; para ponerte unas gafas de sol, porque el sol ciega, y tú no quieres eso, otra vez; para recoger todos los silencios, de horas, incluso de días; para borrar todas las mentiras, que ahora te siguen diciendo, pero por lo menos ahora, las ves y no las perdonas; para cagarte en todas y cada una de las promesas, que eran solo eso, promesas, de mierda, de las que retienen pero no para siempre; para ponerte un poco de botox en todas y cada una de las arrugas que el tiempo a modelado en tu cuerpo, porque la ceguera puede durar días, pero también años, lustros, en concreto.

Pero al igual que Lázaro, no sin antes arrastrarte tuerta una vez más, tú te levantas, y andas, un poco coja, pero andas, y recoges la venda, la de los ojos, y te la pones en el pelo, y te la atas fuerte, con un nudo, un nudo con lazo, y sacas el pintalabios del cajón, y apagas Netflix, y sales a la calle, todos y cada uno de tus días. Y ahora, con tus morros rojos, tu lazo, tu lustro de más, tus arrugas, estas más guapa porque estás menos ciega.

La frase inspiradora es del blog de Sara Buho, que escribe como los ángeles
http://sarabuho.blogspot.com.es/2014/03/va-mejor.html