Casi algo para siempre 

 

Que poco se habla de esas historias que terminan sin tan siquiera haber empezado. 

De esos que casi fueron algo, pero no lo fueron y te hacen sentir el ser más ridículo del mundo por lo que te hicieron sentir. Hay historias que nacen y sin desarrollarse, mueren, dejando por el camino una lista de esperanzas y expectativas que no podemos controlar. 

En mi caso, mi casi algo tiene un nombre feíto, pero los ojos más bonitos que nunca encontré. Unas manos enormes que aún recuerdo clavadas en mi espalda. Una sonrisa muy lejos de ser perfecta, pero que me gustaría estar viendo cada día de mi vida. Fue un chico que empecé a conocer. Con el que pasé unos pocos días. Me sinceré. Reí. Follé. Creo que hasta incluso lloré y que desapareció de mi vida sin llevarse todas mis ilusiones.

En esos pocos días que compartimos, yo ya me había hecho toda mi película mental. Había imaginado nuestras primeras vacaciones, nuestras primeras navidades. Había planeado como celebraría su primer cumpleaños o como actuaría cuando me presentara a sus padres. Había elaborado un complejo plan mental de perversiones en la cama y veladas románticas fuera de ella. Le había hablado de él a casi todas mis amigas. Había planeado un futuro e imaginado como sería cada puto día del resto de mi vida, y lo peor de todo, es que me sentía feliz en cada una de esas fantasías, así que, al desaparecer, no solo sentí que perdí esas ilusiones, sino que se llevó de una ese cachito de felicidad que llenaba cada espacio de mí. 

Ese casi algo me dejó, después de unos pocos días juntos, más vacía incluso de lo que me sentí al divorciarme y acabar con una relación de media vida. Lloré más. Me lo cuestioné todo más. Y aunque parezca ridículo, sufrí incluso más. Y lo peor de todo es que ha pasado más de un año de aquello y sigo guardando duelo por una historia que nunca existió. Sigo sin atreverme a conocer a nadie por un estúpido sentimiento de lealtad hacia una relación que sé que ni fue, ni será, pero que me dejó una marca más profunda que cualquier otra persona que haya pasado por mi vida. 

Que poco se habla de esas personas, que sin ser nada, nos hacen sentir todo. Y nos rompen, tanto, en tantos pedazos, que reconstruirnos parece imposible. 

Si lo vemos con lógica, quizás el problema es que idealizamos esas relaciones que nacen, que nos dan todo lo bonito que se vive a los inicios, sin las trabas que inevitablemente surgen con el tiempo en cualquier relación. Y que por eso, al romperse en pleno subidón nos provocan un dolor insoportable.

Pero en el amor, mirar la lógica es imposible.

El amor se vive, no se racionaliza, y si de algo no queda duda, es que los “casi algo” acaban siendo las bofetadas emocionales más grandes que recibimos y nos marcan tanto que nos llegan a condicionar a la hora de empezar nuevas relaciones.

 

Inés Rodríguez