Hace unos meses, después de mucho tiempo buscando trabajo, por fin me llamaron para una entrevista en una empresa bastante conocida para trabajar ejerciendo lo que había estudiado durante años. Tenía las calificaciones, la experiencia y la confianza para el puesto. Me había preparado meticulosamente para responder a todas las preguntas y demostrar mi valía. Sin embargo, al salir de esa sala, supe instantáneamente que algo no había ido bien.

Durante la entrevista, sentí que las miradas de los entrevistadores se centraban más en mi apariencia que en mi currículum. No podía dejar de pensar que mi peso estaba siendo juzgado en lugar de mis habilidades. A pesar de ello, mantuve la esperanza de que mi experiencia y habilidades hablarían más fuerte que cualquier prejuicio.

La respuesta llegó unos días después en un correo electrónico estándar y frío. No obtuve el trabajo. Leí el mensaje una y otra vez, tratando de entender por qué no me eligieron. La respuesta obvia, aunque dolorosa, se volvió clara en mi mente: no me dieron el trabajo por ser gorda.

Me obsesioné bastante con esa idea.  No podía dejar de pensar en la posibilidad de que mi apariencia física hubiera sido el factor decisivo en lugar de mis habilidades profesionales. Tan solo pensar que esa era la razón de su rechazo me hizo sentir fatal conmigo misma, odiarme.

Hablé con amigos y familiares sobre lo que había sucedido, y la mayoría trató de consolarme diciendo que debía ser algo más. Sin embargo, en el fondo, sabía que mi intuición no estaba equivocada. Había experimentado suficiente discriminación basada en mi peso a lo largo de los años para reconocer las señales.

Decidí enfrentar la situación en lugar de quedarme en silencio. Escribí una carta a la empresa expresando mis preocupaciones y solicitando una explicación sobre las razones detrás de su decisión. No esperaba una respuesta, pero sentía que era importante señalar el problema.

Para mi sorpresa, recibí una respuesta. En lugar de abordar directamente mi preocupación, la empresa se aferró a la excusa de que «habían encontrado a un candidato más adecuado para el puesto». No mencionaron nada sobre mi desempeño en la entrevista o mi experiencia laboral. La respuesta solo aumentó mi convicción de que mi apariencia física había sido un factor determinante.

Aunque sentí una mezcla de decepción y frustración, decidí no dejarme vencer por la discriminación. Me propuse demostrar que mi valía no estaba determinada por mi peso. Comencé a buscar otras oportunidades laborales con una nueva determinación y confianza renovada.

Afortunadamente, encontré un trabajo en una empresa que valoraba mis habilidades y experiencia sin prejuicios superficiales. A medida que me sumergí en mi nuevo trabajo, demostré una y otra vez que mi capacidad y dedicación eran mucho más importantes que mi apariencia.

La experiencia de no obtener ese trabajo por razones discriminatorias me dejó una cicatriz, pero también me dio la fuerza para desafiar los estereotipos y luchar contra la discriminación. Aprendí que, aunque no siempre puedo cambiar la percepción de los demás, puedo cambiar cómo me veo a mí misma y cómo elijo enfrentar las adversidades.

En el proceso, también espero que mi historia inspire a otros a no dejarse definir por estereotipos y a luchar por la igualdad de oportunidades, independientemente de su apariencia física. Porque al final del día, nadie debería ser juzgado o limitado en su carrera por su peso o cualquier otra característica externa.

 

Anónimo

 

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