No me renovaron porque sabían que estaba haciendo una FIV

 

Hice las prácticas en la empresa X durante el último año de carrera. Seis meses trabajando gratis, no con una beca. Era un convenio de colaboración entre la compañía y el centro en el que estaba cursando mis estudios.

Se suponía que era un win-win, ellos tenían una ‘becaria’ gratuita a la que cargar de trabajos menores y tediosos; y yo obtenía algo que poner en el currículum. En la realidad, teniendo en cuenta el transporte y otros gastos, yo salía perdiendo bastante.

Pero bueno, además de ordenar archivos, hacer fotocopias y tratar de resolver incidencias estancadas desde 1998, la verdad es que algo fui aprendiendo.

A lo largo de ese medio año pasé por varios departamentos y tuve la suerte de caerle en gracia a la jefa del último que contó con mis económicos servicios. Quiso contratarme cuando terminé las prácticas, aunque no se lo autorizaron porque ya no le quedaba presupuesto.

No me renovaron porque sabían que estaba haciendo una FIV
Foto de CoWomen en Pexels

Así que salí al mundo laboral con mi pequeña experiencia, conseguí un par de trabajos temporales de corta duración en lo mío y luego me metí a teleoperadora para una campaña de un mes, en la que llevaba casi seis, cuando esa mujer me volvió a llamar.

Me ofreció el típico contrato de seis+seis+indefinido con un período de prueba de tres meses que yo acepté y firmé más feliz que una perdiz.

Y más feliz estaba yo en aquel puesto. Me llevaba genial con los compañeros, la jefa era muy guay, estaba contenta con mi desempeño, me había asignado proyectos a largo plazo porque se daba por hecha mi continuidad y había un ambiente super distendido y relajado en el departamento.

Para cuando firmé el segundo contrato ya tenía mucha confianza con todos.

Por lo que cometí un error muy básico: me abrí a la gente y les hablé de mi vida personal.

Incluso a la jefa.

 

No me renovaron porque sabían que estaba haciendo una FIV

 

No quiero decir con todo esto que uno nunca pueda hablar de su vida en el trabajo. Es solo mi vivencia personal. Yo lo hice y, como consecuencia, me vi en la calle. Por lo que se entenderá que me haya quedado un traumita considerable.

A lo que iba. En aquella oficina, por mi boca o por la de algún intermediario, todo el mundo sabía que llevaba un tiempo intentando quedarme embarazada y que por fin habíamos entrado en la unidad de reproducción para someternos a una fecundación in vitro.

Y, como el tema era vox populi, no oculté en ningún momento en qué parte del proceso me encontraba.

De hecho, me sentía tan agradecida de poder hablar de ello con libertad y de poder ausentarme al médico cuando era necesario, que hice todo lo posible para compensar esas ausencias.

No me renovaron porque sabían que estaba haciendo una FIV
Foto de Nadezhda Moryak en Pexels

Si llegaba media hora tarde por la mañana, me quedaba hora y media de más por la tarde.

Si tenía que salir una hora al medio día, no salía a comer al día siguiente.

A pesar de que me dijeron que me tomara el día entero cuando me programaron la punción ovárica, me fui a trabajar en cuanto me dejaron levantarme de la camilla.

El día de la transferencia de embriones me recomendaron estar tranquila y, en la medida de lo posible, guardar cierto reposo. Pues yo me fui corriendo al curro en cuanto me dijeron que ya me podía levantar.

No me quedé embarazada. Me llamaron a media mañana para darme el resultado del análisis y no pude evitar llorar en mi puesto de trabajo.

Aquella jefa que a mí me parecía tan encantadora me dijo que eso no era motivo para llorar. Que llorara por cosas más importantes, no por no estar embarazada.

 

No me renovaron porque sabían que estaba haciendo una FIV

 

Lloré más cuando llegué a mi casa, pero no nos rendimos, podíamos hacer al menos un par de ciclos más y los íbamos a hacer. Aunque teníamos que esperar a que nos volvieran a llamar.

Recuperé mi optimismo y seguí dándolo todo en la oficina, pero empecé a notar más distante a la jefa. A veces me parecía muy evidente, otras veces me convencía de que era mi resquemor por la poca empatía que me había mostrado en aquella ocasión. De modo que decidí ignorar la sensación.

Hasta que una mañana me llamó a su despacho y me pidió que cerrara la puerta. Nunca me había llamado al despacho y, que yo recordara, aquella puerta estaba permanentemente abierta. Qué mal rollo.

En efecto, se puso muy seria y me dijo que tenía que recortar personal y que debía entender que lo más lógico era prescindir de la última incorporación. Véase, yo.

No me renovaron porque sabían que estaba haciendo una FIV
Foto de Anna Shvets en Pexels

Mi segundo contrato de seis meses vencía en unos días y ya no era posible transformarlo en indefinido. Órdenes de arriba.

Y yo, que soy idiota, me lo creí.

Pero las mentiras tienen las patas muy cortas, en ese sector todo el mundo se conoce y poco después de aquella reunión en su despacho, a puerta cerrada, alguien se enteró por otro alguien de que había dicho por ahí que me habían echado porque estaba haciendo tratamientos de fertilidad y faltaba muchísimo al trabajo. Además de que no se iban a arriesgar a que uno me funcionara y asumir todo ese tiempo de baja. O peor, que al volver les pidiese la reducción de jornada.

En conclusión, me perdió la boca, hice partícipe de la intimidad de mi familia a quien no debía y, como consecuencia, me quedé sin trabajo y encima mi reputación se vio dañada por el camino.

Una para aprender, amigas. Una para aprender.

 

Anónimo

 

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