Mi novio y yo somos autónomos y trabajamos juntos. Comenzamos en nuestro sector hace ya siete años, al principio con ingresos complementarios a nuestros trabajos principales, y luego como única actividad. Hemos crecido y nos va bien, pero el despegue y establecimiento han sido lentos. A día de hoy, considero que aún no estoy donde quiero y merezco estar.

Él es bueno, inteligente y cariñoso, pero también es tranquilo, más pasivo y menos ambicioso. Tiene un estilo de vida minimalista y es feliz así, no necesita más. Valora la calma más que las posibilidades de prosperar, lo que a mí me resulta plano. A veces, incluso aburrido. He llegado a pensar que esa falta de hambre en la vida nos está estancando.

La discusión

Suelo encadenar estos pensamientos cuando no puedo más. Si alguna de las que me lee es autónoma, sabe que buena parte de su trabajo se basa en tejer la red de contactos. No se trata de llegar, hacer tu trabajo y cobrar a final de mes, como en los empleos por cuenta ajena. TODO lo tienes que hacer tú, tanto la tarea en sí misma como velar por la viabilidad de la empresa.

Mi novio ha bajado los brazos en eso. Se limita a su tarea, sea mucha o sea poca, siempre en tiempo y forma y bajo el estándar de calidad que nos hemos marcado. En lo que hace, es eficiente. Pero, más allá de eso, ni lleva la iniciativa, ni propone. Apenas se forma y las tendencias o novedades de nuestro sector le suenan a eco lejano.

Hace unos días me harté y le dije que estaba cansada de tirar del carro. Le recordé que yo no soy ni su jefa ni su madre, y que no puedo andar diciéndole lo que tiene que hacer. Siendo autónomos, la parte de marketing y networking hay que cuidarla sí o sí, y ahí teníamos que ir codo con codo. No quiero abarcar más de lo que podemos, ni ganar miles y miles de euros. Lo que quiero es rebajar la incertidumbre y llegar bien a final de mes. Que es, supongo, lo que quieren todos los autónomos del mundo.

chica dinero

Lo que proyecto en mi pareja

Después de la discusión, enseguida sentí culpa. No por haberle pedido que se involucre más y deje de asignarme ciertas responsabilidades a mí en exclusiva, lo que sí me parece justo. Me sentí mal por pensar que él es una rémora para mi prosperidad.

Confieso que me ha sobrevenido un pensamiento recurrente: con alguien con más ambición, yo estaría en la cresta de la ola. Tendría relevancia, reconocimiento y, posiblemente, más dinero, luego viviría mejor. Al pensar en ello, por extensión, no puedo evitar creer que él tiene mucho que ver con mi sensación ocasional de falta de plenitud.

No puedo culparlo a él de eso, y menos en pleno bajón por sentir que no estoy donde quiero y merezco. Creo que sería cruel porque, además, centrarme solo en lo malo es un sesgo injusto. Puede que le falte ambición, pero no me ensombrece ni me coarta. No me resta en absoluto como para proyectar en él mis frustraciones, todo lo contrario. Las personas somos complejas. Todos tenemos virtudes a potenciar y defectos con los que convivir, así que o lo acepto como soy o lo dejo ir.

Pero, la verdad, me cuesta encontrar las diferencias entre complacencia, exigencia y crueldad. ¿Dónde está la línea? ¿Cuándo estoy siendo realista y cuándo estoy proyectando en él mi mierdita interna? No puedo ser complaciente con él solo porque es bueno y no me resta, y olvidarme de mí y de mis necesidades. Tengo que asumir que voy un par de pasos por delante en materia laboral, y le exijo. Pero pensar en él como único culpable de mi falta de prosperidad (concepto subjetivo) es demasiado. No quiero pensarlo.

 

Anónimo