Tengo una amiga con dos hijos, niño y niña, de 10 y 7 años respectivamente. Mi amiga, como yo, nació a finales de los 80 y tiene una madre boomer que arrastró algunos prejuicios de generaciones anteriores. Uno de ellos es que las mujeres eran las únicas que podían hacer tareas en el hogar. Esta convicción, llevada a su máxima expresión, explica que mi abuela dijera “A mi Luis se le van a caer los cojones” cada vez que mi hermano amagaba con fregar los platos después de comer.
Afortunadamente, mi madre se deconstruyó mucho más rápido de lo que lo hicieron las madres de otras amigas, como esta que protagoniza mi post. No hizo unas distinciones tan profundas entre mi hermano y yo. Jamás me despertó un sábado o un domingo para ponerme a limpiar la casa mientras mi hermano dormía la mona tranquilamente, como sí hicieron otras madres. Ni me puso a bordar ajuar, algo que sí sufrieron algunas de mis primas mayores.
A mi amiga, en cambio, la pusieron de criada de sus dos hermanos y de su padre prácticamente toda su infancia y adolescencia. Se casó joven, a los 20 y pocos, tuvo a sus hijos y ahora es la criada de los tres.
Cuanto más categórica, más fisuras
Mi amiga está resignada ante la vida que cree que le ha tocado. Cada poco tiempo se queja de la educación que ha recibido y de las elecciones que ha hecho. Que si volviera atrás no se casaría ni se quedaría embarazada, dice, y menos siendo tan joven como era. Se dedicaría a estudiar, a viajar y a ser independiente.
Ahora, además, proyecta toda su sensación de injusticia en su hija, y se pasa el día diciéndole lo que, a su juicio, tiene que evitar hacer en el futuro. El otro día, estando en un bar ya a última hora, la niña se encontró 50 céntimos en el suelo y, tan contenta se puso, que alguien comentó:
—Ea, pues eso te vas a echarle una mano a tu madre cuando limpie el bar y seguro que te encuentres unas pocas.
A lo que mi amiga contesta, algo molesta:
—Esta no va a coger una fregona nunca en la vida.
Surgió entonces un pequeño debate sobre la necesidad de enseñar a niños y niñas a mantener el orden y la limpieza, e incluso se pusieron de ejemplo algunas iniciativas escolares en ese sentido. Pero mi amiga conectó con esas vivencias personales que le han dejado ciertas heridas y siguió erre que erre: que no, que su niña no, que no limpia, y que también iba a intentar que no se casara ni tuviera hijos, que se dedicara a vivir por y para ella.
Miedo a los errores propios en los hijos
Padres y madres no quieren que sus hijos cometan sus propios errores, así que todos nos hemos criado con algún mantra del tipo: “Estudia, no hagas como yo” o “Búscate un buen trabajo” o “No aguantes lo indecible en una relación”. Que las advertencias se conviertan en imposición y prohibiciones, fruto de miedos mal gestionados, ya es otra cosa.
El caso es que el mejor ejemplo que podemos dar no es mediante consejos y advertencias, sino con actos.
Es contraproducente que andes advirtiendo a tu hija sobre la “vida de casada” cuando todos los días le quitas a tu marido los calzoncillos del baño. Cuando vives resignada a asumir muchas más tareas domésticas y de crianza que él, cuando ambos trabajáis fuera.
Es contraproducente que quieras que tu hija estudie cuando tú te la pasas diciendo que te encantaría hacer un ciclo y una carrera, pero, cuando te animan, tu única excusa es que ya te sientes mayor para eso (cuando aún te queda para cumplir los 40 años).
Es contraproducente que desees que tu hija escape de los convencionalismos tradicionales, pero luego andes despotricando delante de ella a Fulanita y Menganita, cuestionando su rol de madres, trabajadoras y/o esposas.
Esto no es una crítica ni hacia mi amiga ni hacia nadie que se pueda sentir identificada con ella. Es una reflexión sobre el peso que tiene una educación desigual y lo difícil que es escapar a los roles de género y mantenerse siempre coherentes. Lo que logras por un lado, lo pierdes por otro.
Mi reconocimiento a todas las que lo intentan y lo intentan de verdad, sin quedarse en una letanía diaria de advertencias con las que generar miedos y traumas. Pero no sufráis ni os sintáis culpables. Todas hacemos lo que podemos y vivimos con nuestras contradicciones.