CONTRADICCIÓN

 

De repente paró. Paró  porque se sentía mareada. Mareada de pensar. De pensar una cosa, de rebatirse a sí misma ese pensamiento y ver lo mismo desde la perspectiva contraria. Tener la capacidad para ver las cosas desde distintas perspectivas es maravilloso, pero también agotador. Agotada. Se sentía totalmente agotada de ser contradicción pura. De ser mentira, pero también realidad. De sentirse afortunada en la vida y a la vez desgraciada al extremo. De ver lo positivo de cualquier cosa y a la vez lo negativo en todo. De reírse de sí misma y de llorar por lo mismo de lo que se reía. Desquiciada. Desbordada. Sobrepasada. Sin más. Y se le pararon el cuerpo y el alma.

Sintió un crujido en su interior. Notó como no podía pensar con claridad, y a la vez una luz la iluminaba. Fue consciente de que se encontraba en una línea muy delgada a la vez que peligrosa. Estaba  viva y muerta a la vez. Se vio incapaz de moverse ni un solo milímetro y, a la vez, se creyó capaz de volar. Tuvo la sensación de que no necesitaba respirar y al mismo tiempo, sintió como la falta de oxígeno la ahogaba.

Sintió cómo realmente no le importaba a nadie de su alrededor, y, a la vez, tuvo la consciencia del amor y cariño de los que la rodeaban. Se sintió desconcertada. No sabía decir qué era real y qué parte de su imaginación. Cerró los ojos y lloró por ambos pensamientos. Los dos hacían que el dolor fuera insoportable. Imaginar que los suyos no la querían era insoportable, pero pensar en el dolor que dejaría si la querían era casi peor. Sintió que el pecho se le partía en mil pedazos.

Ahí lo tuvo claro: no sabía lo que quería en su vida, pero tenía clarísimo lo que no quería. 

 

Ana Ferrer Sola