No soy la dueña de mi vida: lo es la lavadora
Soy la ama de mi destino, soy la capitana de mi alma. Pero no soy la dueña de mi vida: lo es la lavadora.
La lavadora y la colada son las que manejan los hilos, las que marcan mis tiempos y me dicen lo que puedo y no puedo hacer.
Es muy triste, pero siento que me paso la vida poniendo la lavadora. Sacando la ropa. Tendiendo. Recogiendo del tendal. Doblando. Planchando. Guardando en los armarios. Y vuelta a empezar.
Joder, que en casa somos cuatro, dos adultos y dos niños, y si me salto la tarea un día ¡boom! Se me descojona el chiringuito y tardo semanas en dejar el cubo de la ropa sucia al ras.
Ya que me conformo con eso, con que no rebose. Porque lo cierto es que desde que lo compré no lo he vuelto a ver vacío. Jamás.
De hecho, vacío no, pero tan lleno que en vez de un simple cesto para la colada parece una maqueta del K2 a escala 1:15, así sí que lo veo a menudo. Ese cubo maldito es como el saco de Papá Noel. Sacas y sacas y sacas prendas, y sigues sacando más y más ropa sucia. Temo caerme dentro un día y terminar aterrizando en la dimensión paralela en la que viven todos los calcetines desparejados y los aros de los sujetadores perdidos.
Es que soy esclava de la colada.
Cuando me despierto el fin de semana con la brillante luz del sol colándose por las rendijas de la persiana, lo primero que pienso es: ‘Pongo una lavadora ya y a ver si me da tiempo a que seque y a tender otra’.
Cuando es la lluvia la que me saca del sueño, mi primer pensamiento es: ‘Joder, no se va a secar la ropa ni de Blas’.
No soy la dueña de mi vida: lo es la lavadora
No compruebo la previsión meteorológica para planificar una excursión o saber si debo ponerles a los niños las botas de agua. La miro para saber si podré tender fuera o si mejor lo hago dentro. Si esta semana podré ir a lavadora por día o si se me va a acumular el chollo y mejor voy pensando en ir a pasar un rato a la lavandería porque eso ya no va a haber quien lo remonte.
A veces rechazo planes porque me pillan con la lavadora en marcha y, si salgo ahora, cuando vuelva la ropa va a oler a humedad. Otro día será.
Lloro cuando no estoy en casa, se pone a llover y recuerdo que tengo el tendal fuera.
Odio tener comprometidos los sábados por la mañana. Porque en mi casa el sábado-sabadete: colada, fregona y KH7. El fregoteo tal vez pueda esperar, pero a la colada de fin de semana solo renuncio en caso de extrema necesidad. Que si no se me altera la semana siguiente entera. Y eso no me lo puedo ni me lo quiero permitir.
En fin, como no consigo que esta familia manche menos, he dejado de luchar. Ya no me resisto, he asumido que no soy la dueña de mi vida, lo es la lavadora.
Finjo que es algo así como mi afición favorita. Hay quien practica deporte, quien lee, y luego estamos las pringadas a las que nos gusta intentar mantener la colada al día. Es barato, no hay que salir de casa y no implica riesgos de lesión. Una maravilla.
Aunque, también os lo digo, pocas cosas me dan más satisfacción que la de ver la ropa recién lavada ondeando al sol. Casi que solo por eso merece la pena el curro…
No, la verdad es que ni por esas. Pero bueno, es lo que hay.
Os dejo, que está empezando a chispear y tengo la ropa fuera.