Yo tenía una amiga. Las dos éramos nuevas en la ciudad, en el trabajo y nos gustaban las mismas cosas. Éramos como uña y mugre. O eso parecía.

Desde que nos conocimos, habíamos congeniado genial y hacíamos muchos plantes juntas, al puro estilo Sexo en Nueva York, versión cobro el salario mínimo en una ciudad muy cara.

Salíamos casi todos los fines de semana, normalmente de día, que ya tenemos una edad y eso de no poder volver a casa en metro da pereza, y hablábamos mucho.

De esas amigas con las que estás hablando casi las 24 horas del día, desde “mira mi croissant del desayuno parece enfadado” hasta “me voy a dormir ya”. Ella me había ayudado a hacer mis 200 mudanzas, yo le había prestado dinero cuando se mudó con su pareja para el depósito del piso…las cosas normales que hacen las mejores amigas.

Parecía que estábamos hechas la una para la otra.

Todo esto fue cambiando lentamente cuando se echó pareja.

Despacito, suave suavecito, fue desapareciendo poquito a poquito. O mostrando su verdadera cara, no lo sé. Cosas que siempre habíamos hecho, de repente no le gustaban.

Empezó con comentarios fuera de lugar, pero ya os digo que fueron tan sutiles que no me di cuenta al principio. Luego ya se volvieron más obvios.

Por ejemplo, la invité al club de la comedia. Habíamos ido varias veces a ver a Santi Rodríguez, a Luis Piedrahita, a Dani Rovira…pues cuando le dije de ir a ver a Goyo Jiménez, que lo adoro, me dijo que no porque ese humor para catetos no le gustaba. Si no eran comediantes más inteligentes tipo Buenafuente no le interesaba ir.

O como cuando me dijo que era una suerte tener una amiga que no tuviera estudios superiores porque no se sentía amenazada intelectualmente.

Hasta que de repente me soltó la bomba.

El día de marras habíamos estado de cervezas, hablando de su boda. Estaba super contenta porque sus padres iban a pagar toda la boda (viaje incluido), y todo el dinero que había ahorrado para la boda se lo podría gastar en caprichos.

Cuando llegué a casa me envió un mensaje “ey, cuando puedas hazme la transferencia de 12 céntimos que me debes, que con la boda tengo muchos gastos y los necesito cuanto antes”.

Os juro que no entendí nada. Primero, no me sonaba deberle nada (la comida nos habíamos pagado cada una la nuestra, y las cervezas pagamos dos rondas cada una). Segundo, nos íbamos a ver al día siguiente en el curro, ¿no podía esperar a entonces? Tercero, había pasado las últimas 6 horas diciéndome lo contenta que estaba que la boda no le iba a costar un duro.

Le hice la transferencia (que a mí no me gusta deberle nada a nadie, y si me los pide alguna razón tendrá), y le mandé un mensaje “ale, ya puedes comprarte el palacete con los 12 céntimos, ya me dirás de qué te los debo”.

Por lo visto, según ella, me había estado aprovechando de ella toda la tarde, pidiendo cervezas más caras, y que era justo que le pagase la diferencia, que eran 12 céntimos. No sé, en los seis años que llevábamos de amigas siempre habíamos pagado igual. A comer/cenar cada una lo suyo (yo suelo coger entrante y plato principal y ella solo cogía un plato, no me parecía justo pagar a medias), y las rondas en el pub una cada una, que solían ser más o menos del mismo precio. Pero bueno, pensé que estaba agobiada con la boda, la convivencia y demás. Se paga y punto, que son 12 céntimos.

Después de eso empezamos a hablar menos a menudo. A los nueve meses me escribió para decirme que estaba embarazada y que me echaba de menos. Yo le conté que me había comprado casa, y quedamos para comer y enseñársela.

Me dio plantón y solo me avisó media hora antes de la hora. Por lo visto, no pensaba que yo iba a ser capaz de cocinar todo acorde con la dieta especial que tiene que llevar una embarazada.

Mi teoría es que me utilizó mientras no tenía nadie más, y cuando amplió su círculo ya no me necesitaba más en su vida.

Desde entonces, desconfío cuando conozco a alguien que parece un clon mío en lo que a gustos se refiere, porque, en los 4 años que han pasado desde entonces, sigo sin entender que nuestra amistad sólo costase 12 céntimos.

 

Andrea.