Nunca dejes de mirarme como lo haces. Solo te pido eso.

Porque cuando me miras con esa intensidad, siento que llegas a lo más profundo de mi alma. Y aunque te tenga un miedo atroz, prometo dejarte entrar cada día un poco más.

Porque cuando me miras así me siento arropada y comprendida. Porque en ese momento, desnudo mis preocupaciones y deshago todos los nudos que tengo atravesados en la garganta.

Porque cuando me miras así activas todos y cada uno de los mecanismos que rigen mi interior. Y es entonces cuando siento la respiración agitada, el corazón desbocado y los nervios a flor de piel. Pero aún así, todo fluye.

Porque cuando me miras así me haces sentir poderosa. Aparece en mí la seguridad que nunca tengo y la fuerza necesaria para proyectar algo de luz en la oscuridad en la que tantas veces me he visto inmersa.

Porque cuando me miras así me siento deseada como nunca. Incluso cuando tengo que llamarte la atención porque te pierdes en mi boca y en mis ojos y has dejado de escucharme. Aunque los dos sabemos que no me importa. Que en ese momento, ni mi supuesto enfado ni tu perdón son sinceros.

Porque cuando me miras así me siento desnuda. Me haces sentir vulnerable y desarmada. Te muestro partes de mí que no debería mostrar. Aunque sé que con eso, te estoy dando la clave para destruirme. Y sí, sé lo que estás pensando. También me siento desnuda literalmente. Y sí, sé que te encanta ver cómo me sonrojo cuando me miras así.

Porque cuando me miras así intento con todas mis fuerzas entenderte. Averiguar qué quieres de mí, qué pretendes. Saber si me vas a doler y voy a tener que estar en recuperación mucho tiempo.

Y no sé lo que veo. No sé qué intenciones tenemos. Pero si tiene que doler, que duela. Estaré en la UCI el tiempo que haga falta, lloraré ríos de lágrimas, me arrepentiré una y mil veces de esta intensidad.

Pero ahora mismo, no quiero renunciar a tu mirada.