**Relato**

 

Lunes. 9 de la mañana. Me levanto fatal con restos de resaca del viernes, ni siquiera del sábado; del viernes. Los años no perdonan, amiga. Bastante tenía yo con asumir que me estaba haciendo mayor, que va y de repente me suena un recordatorio en el móvil: Isabel 9.30h. Me habría encantado que Isabel hubiera sido mi peluquera, o mi manicurista, o mi ginecóloga, de verdad, cualquier cosa menos mi psicóloga. Pensé si ir o no ir unas 300 veces, pero resonaron en mi cabeza sus palabras tipo Yoda: Cuando menos te apetece venir a terapia es cuando más se consigue en terapia. Así que me puse lo primero que pillé y salí de casa volando. 

Primero fui a sacar dinero, y dejé el coche en doble fila al lado del cajero, como hago siempre. Nunca tardo más de un minuto. Al volver, no me podía creer lo que estaba viendo: un policía municipal, libreta en mano, poniéndome una multa. 

Sé, por experiencia, que una vez que han empezado a rellenar la multa, no sirve de nada ponerse a rogar y suplicar para que te la quiten, así que pensé “a la mierda el lunes” y le mandé un whatsapp a Yoda: No voy a poder ir, luego te llamo

Al no decirle yo ni hola, el policía se mostró sorprendido, incluso un poco cortado: Bueno, en fin… ya sabes que no puedes dejar el coche en doble fila… obstaculizas la circulación… ya lo siento, pero es lo que hay… 

Creo recordar que siguió un rato más medio disculpándose, pero yo ya solo lo escuchaba de fondo, porque empecé a darme cuenta de que el tío estaba como un queso. Entre eso y la cara de gatito de Shrek pidiendo perdón por hacer su trabajo, a mí se me subieron los calores y pensé que lo mismo el lunes acababa entre bien y muy bien. Esperé a que terminara el sermón y solo abrí la boca para decirle: ¿A qué hora sales? 

Obviamente, él la pilló al vuelo, y me dijo que acababa de entrar, pero que a las 11 tenía un rato de descanso. Le dicté mi dirección y la apuntó en su libreta, y, sin decir nada más, nos fuimos cada uno por nuestro lado. ¡Menudo morbazo!

Aun así, me sentí un poco rara preparándome para su llegada, porque no estaba nada convencida de que fuera a venir, es que no habíamos cruzado ni dos palabras, y solo de pensar que me daría plantón y me quedaría ahí, con mi body de encaje rojo, ensayando caras y posturas en el espejo… El caso es que sonó el timbre y para cuando abrí la puerta el poli ya estaba entrando, tirando la chaqueta al suelo y quitándose la camisa. La gorra, en un homenaje a todo el porno más clasicorro, le dije que se la dejara puesta. 

No hubo tiempo para decirnos hola, mucho menos para preliminares, pero fue el polvo más bestia y más salvaje que puedo contar hasta la fecha. Arriba, abajo, por delante, por detrás, y a los 20 minutos yo le abría la puerta de casa y esperaba apoyada en el marco, mientras llegaba el ascensor. El poli me miraba mordiéndose el labio, como queriendo repetir, pero entonces me acordé de la multa, y antes de que subiera al ascensor, le dije: Decídete, o me pones la multa o me pones a cuatro. 

De momento no lo he vuelto a ver, pero cada vez que pienso en aquello no descarto volver a aparcar mal un día de estos, y a ver qué pasa.

 

Laura

 

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