Toda persona que haya organizado un bautizo/boda/comunión/evento coincidirá conmigo en que hay un momento en la planificación en los que pierdes los papeles de una manera digna de un plató de Telecinco. Esta crisis se dará, aunque todo vaya como la seda al principio, tengas una wedding planner y todos los astros estén a tu favor. Tienes que estar mentalizada para que esto pase, porque créeme que pasará y te conviene estar preparada. Toda esta sabiduría ancestral yo la adquirí como por arte de magia después de atravesar la experiencia más traumática y desastrosa que puede sufrir un ser humano en su vida, planear una boda.

Cuando era adolescente soñaba con la típica boda de ensueño, 300 invitados y una celebración que durase días. Yo entraría en la ceremonia con un vestido de princesa volando sobre un grupo de palomas blancas. Pero los años fueron rebajando mis expectativas y al final, cuando por fin me puse manos a la obra con la organización de mi boda, nada cuadraba.

Para empezar, no conocía a 300 personas que me cayesen bien, como mucho sacaba 50 y contando a mi familia. Pero más allá del peliculón de antena 3 que mi yo adolescente se había montado en la cabeza, el proceso de tomar las decisiones era mucho más difícil de lo que pensaba. Ocuparse de los preparativos era casi un trabajo a jornada completa, pero había que compaginarlo con una cosilla de nada, MI TRABAJO REAL A JORNADA COMPLETA.

Por aquel entonces llegaba a casa agotada y tenía que ponerme a decidir el color de las flores de los centros de mesa. Aprendí más cosas de jardinería de las que ningún ser humano debería saber jamás. Pero al menos lo tenía todo bajo control.

O al menos eso pensaba yo, la presión de querer llevarlo todo me convirtió en una auténtica bridezilla (Novia+Gozilla). Estaba irritable y le daba mil vueltas a todo, para que os hagáis una idea cambie el menú 3 veces y en mi cabeza solo podía pensar:

Como voy a poner gambas si hay un primo tercero que es alérgico al marisco. VAS A MATAR A TU PRIMO?? ES ESO LO QUE QUIERES????

La mala leche también la pagaba con mi entorno, fui realmente consciente de ello el día que me vi gritando a mi futuro marido porque las servilletas no eran del color que habíamos encargado. Me di cuenta de que estaba sufriendo por culpa de una experiencia que debería ser agradable. Así que me deshice completamente el concepto de boda ideal que tenía en mi cabeza.

Al final, hicimos una ceremonia íntima al aire libre, no invité a nadie por compromiso, solo a las personas que me hacían realmente feliz. El banquete de siete platos se sustituyó por un buffet más normalito y dejé de agobiarme por los detalles que quería dar a mis invitados. Además, al cambiar la decoración pudimos utilizar las servilletas que llegaron con un color equivocado!! (aunque seamos sinceros eran más feas que pegar a un padre).

Al final me di cuenta de que no necesitaba una boda por todo lo alto para que fuese un día inolvidable.  Solo necesité que se me fuese la puta cabeza tratando de complacer a los demás y cumplir unas expectativas sobre las que no había reflexionado. Pero después de ese día me tomo la vida con otra filosofía.

Barby