Han jubilado la escoba en favor de la Roomba, y cambiado la radio fórmula por listas solicitadas a Alexa.

Siguen disfrutando los buenos chismes.

Han cambiado la dependencia excesiva de la televisión por las redes sociales.

Es la Maruja Moderna.

Es hora de apropiarnos de un término que siempre ha sido despectivo, como “bruja” o “zorra”. Es hora de enarbolar el Orgullo Maruja como nuevo fenómeno social.

Diario de mi insulsa vida

Fui consciente de este fenómeno a través de mi grupo de amigas de WhatsApp. Pasó de ser un medio efectivo de comunicación a un diario grupal del día a día de las integrantes.

De repente, abres el grupo y te encuentras 500 o 600 mensajes sin leer. Y no una vez, sino cada día. Intentas escanear mensajes entre emojis, stickers y gifs por si ha pasado algo importante, y luego desistes al comprobar que, simplemente, ha pasado el día a día de mis amigas. Esas que un día saturaban el WhatsApp configurando planes de fin de semana, y hoy lo saturan contando lo más nimio de sus jornadas de madres, esposas y trabajadoras.

No sé si esto es algo generalizado o solo pasa en mi grupo, pero yo he visto de todo ya: recetas, consejos de belleza, comparativas de artículos de bebés, críticas de moda, fotos de bebés en cualquier pose y situación, fotos de bebés cagados, fotos de mierdas reales de bebés, relatos insustanciales de los recados y la preparación de comidas… TODO se pone en ese grupo. Y todo relatado a partir de las vivencias hipernormales e insulsas del día a día de las integrantes.

Mis amigas han hecho un foro de la cotidianidad que, a base de mensajes innecesarios, cumple varios objetivos: unir al grupo, servir de fuente de información y debate y proporcionar desahogo y soporte moral. Según se mire, el grupo ha degenerado o se ha regenerado.

Orgullo Maruja

Alguna conversación interesante sí que se puede salvar de ese ingente “big data” de vidas mundanas. Mis amigas se reconocieron siendo las nuevas marujas en una ocasión en la que la conversación giraba en torno a las mejores aspiradoras. He de decir que yo soy mera espectadora en casi todas ellas, porque no tengo hijos, ni cocino, ni casi limpio. Lo que yo pueda contar no tiene ya cabida en ese grupo.

Aquel revelador día en el que mis amigas se declararon marujas, hubo un interesante debate sobre el rol. Alguna hay que apartó su carrera profesional (dejó de encadenar trabajos precarios, mejor dicho) al quedarse embarazada, luego cumple lo de “mujer dedicada a tareas domésticas” que indica el diccionario. Se cumple el tópico del chismorreo, por supuesto, aunque el de la dependencia excesiva de la televisión ahora se ha sustituido por las redes.

El caso es que una de mis amigas, cuyas ocupaciones principales son la casa y los hijos, declaró vivir muy bien como maruja. Más que eso, argumentó algo con lo que yo, en parte, estoy de acuerdo: lo de la liberación de la mujer fue una reputísima estafa.

¿La nueva liberación?

Por muchos avances que haya habido, hay algo que tampoco pueden decir las treintañeras de hoy, y es que sus maridos se ocupan de la casa y los hijos al 50% cuando ella trabaja. En mi entorno esto no se cumple en ningún caso. Siempre hay algo que ellas hacen y ellos no, sea llevar la iniciativa en las faenas o los recados, tomar decisiones, llevar a los niños a la pediatra o atender las reuniones escolares. Por lo general, asumen más tareas de crianza, más tareas en el hogar y, además, trabajan fuera de casa.

Al hilo de esta conversación, mi amiga se rebeló y aseguró que no volvería a trabajos precarios para sanear la economía familiar a costa de su salud. Se dedicaría a su casa y a sus hijos, sin más pretensiones ni objetivos. Y sí, interrumpiendo sus tareas diarias para narrar su día a día o cotillear por WhatsApp cuando le diera la gana. Las que estaban en una situación similar le dieron la razón.

Elevó ser maruja al new trendy. Y no es costumbrismo kitsch, ni revisión de clásicos, ni un reboot de la vida de nuestras abuelas. Es asumir que no podemos con todo y anticiparse al desgaste físico y emocional que conlleva aspirar al estándar de mujer actual: buena madre, buena esposa, siempre en forma y con éxito profesional. Es supervivencia pura y dura.

La postura tiene objeciones, no lo niego, como convertirte en dependiente económicamente de otra persona con quien, el día de mañana, te puede ir mal. Pero, ¿compensa anticiparse a ese supuesto escenario y vivir estresada? Hay quien piensa que no y, además, confía en su capacidad de reinventarse y hacer valer sus derechos el día de mañana. Y es respetable. Viendo a la mayoría de mujeres de mi entorno, apoyo a cualquiera que se decante por la vida neomaruja.

A. A.