Parecía un chico normal, pero me maltrataba por Whatsapp

 

Conocí a M. en una fiesta universitaria a la que me llevó una amiga y el chispazo entre los dos fue instantáneo, aunque ninguno se atrevió a dar el paso aquella noche y estuvimos unas semanas a mensajitos antes de volver a vernos.

Al fin quedamos un día, nos enrollamos, la cosa se repitió y así, de repente, como que éramos pareja oficial.

Llevábamos un par de meses saliendo cuando me salió un trabajo en otra ciudad a poco menos de una hora de coche y no nos quedó más remedio que movernos el uno o la otra el fin de semana para poder estar juntos, ya que entre semana nos era imposible.  

Al principio se hizo duro porque, pese a que no es que quedáramos todos los días, sí que solíamos vernos un rato después de sus clases, o venía a las oficinas en las que trabajaba yo durante mi descanso y comía conmigo.

Afortunadamente la separación no nos había pillado en un momento histórico en el que nos hubiera relegado a una relación epistolar, sino en plena era digital y de la comunicación.

M. era un tío genial. Maduro, responsable, atento y cariñoso.

Al menos cuando lo tenía delante. Porque su versión en la distancia era ligeramente diferente.

La primera semana quise achacarlo a mis nervios.

Entre la mudanza, el nuevo trabajo, las nuevas compañeras de piso y demás, no me encontraba en mi mejor momento.

Seguro que era por todo eso que me estaba agobiando y no por el comportamiento de M.

Lo cierto es que el malestar con él se prolongó más tiempo, pero, cada vez que me planteaba qué estaba pasando con él, llegaba el fin de semana, nos veíamos en persona y se me pasaba.

El viernes cenábamos juntos, nos acurrucábamos un rato y a mí se me olvidaba lo que me había cabreado durante la semana.

Parecía un chico normal, pero me maltrataba por Whatsapp

Entonces llegaba el lunes y el primer ‘¿tan ocupada estás que no puedes responderme? Porque te he visto en línea’. O el ‘última hora de conexión 02:34 ¿con quién hablabas a esas horas?’

"Parecía

Me había pedido que activase la visibilidad de la última conexión porque así podía saber que estaba bien de un solo vistazo. Y en aquel momento me había parecido un detalle tierno, ya ves. No había pensado que se iba a convertir en su arma arrojadiza favorita.

Cuando le respondía molesta por su actitud, se ponía dramático y me hacía sentir mal al punto de que acababa pidiéndole perdón. Me decía a mí misma que no me costaba nada estar más pendiente de sus mensajes, el pobre solo me echaba de menos y se preocupaba por mí.

Cuando, por el contrario, me disculpaba a la primera por haber tardado en responder y le daba una elaborada explicación del motivo por el que lo había hecho, me dejaba en visto durante horas. Incluso días. Hasta que le llamaba para pedirle que me perdonase y aguantaba que se hiciese el digno todavía un rato más.

Tenía todo un grado en chantaje emocional el tío.

En ocasiones lo que hacía era enviarme cientos de mensajes con los que iba reflejando los estados de ánimo por los que iba pasando según los enviaba.

¿Cómo estás?

¿Qué haces?

Ya veo que estás liada.

Escríbeme cuando salgas a comer.

¿Hola? ¿No comes hoy?

Te has conectado, pero ya veo que responderme a mí no es una prioridad.

¿Qué pasa? Has ido con el compañero ese ¿no?

No me puedo creer que me estés haciendo esto.

Yo te he apoyado en todo y me lo pagas así.

No me merezco que me trates de esta manera. No, eres tú la que no se merece a un tío como yo.

Joder ¿no ves que te quiero más que a mi vida?

"Parecía

Yo me enfadaba, pero luego me sentía fatal. Le llamaba, me disculpaba, le convencía de que yo también le quería y nos despedíamos con un ‘te quiero, qué ganas de que llegue el viernes’.

Y si me pillaba de ole y no me daba la gana de llamarle o me limitaba a decirle que no sacase las cosas de quicio, él se picaba y pasaba de mí hasta que le suplicaba que me hiciese caso.

Parecía un chico normal, pero me maltrataba por Whatsapp

No entendía nada, ni sus paranoias ni sus cambios de humor, porque estos se ceñían solamente al maldito Whatsapp. Es como si hubiera dos M., el novio maravilloso con el que pasaba los fines de semana, y el capullo celoso y controlador con el que me escribía de lunes a viernes.

Tardé muchos meses en abrir los ojos y darme cuenta de que ambos eran la misma persona y que, tarde o temprano, iban a confluir.

En efecto, confluyeron el día que me reuní con él para decirle que lo nuestro se había terminado.
Y cómo me alegré de haber tomado esa decisión antes de que la cosa fuese a más y me atrapara del todo.

 

Anónimo

 

 

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