Vamos a ponernos en situación. Pasillo de los baños públicos de cualquier centro comercial, esos a los que has ido tú, yo y cualquiera.

Entre que esperas tu turno, a que terminen de limpiar los urinarios, que salgan o entren los niños y demás, se mezcla una fauna curiosa a tu alrededor, y tú, cual Félix Rodríguez de la Fuente en época de apareamiento del lince ibérico, atiendes.

Algunas personas esperan para entrar a deponer lo que buenamente salga de sus tripas y otras, aguardan con desespero a esas personas que necesitan siempre compañía para ir al baño. Nos fijamos especialmente en dos sujetos en particular:

Sujeto A: chica curvy mega cool que espera apoyada en la pared, mirando su móvil. Lleva un vestido de punto gris, con cortadas por los muslos que dejan ver unas Converse sin atar y un tatu muy chulo detrás de la rodilla. Cazadora negra atada a la cintura, cola de caballo que enseña otro tatu en la nuca; aretes pequeños y carmín rojo.

Sujeto B: chico delgado, mono y peinado sin ninguna moda en particular. Pantalones caquis que caen sobre el empeine y zapatillas oscuras. Camiseta blanca básica sin cuello mao, ni escote pico, ni manga tres cuartos, ni botones, ni piñas, cactus, Fridas o flamencos dibujados. Como accesorios, un reloj plateado en la muñeca derecha.

El sujeto B se acerca al sujeto A, que sonríe con cara de «ya era hora, hijo, que parecía que no te la encontrabas», él devuelve la sonrisa, estira el brazo y rodea a sujeto A de la cadera, aunque en un microsegundo esa mano juguetona se va a visitar las prietas carnes de un culamen que ningún cirujano conseguiría dejarle a J-Lo por más que ésta pagara.

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Aquí empieza el experimento. Como observadoras, no tardamos nada en apreciar miraditas y murmullos de terceros. La gente es muy de mirar lo que no le interesa, la ropa, el peinado, las pintas en general… pero sobre todo, mira (y mira para mal) conductas y comportamientos que seguramente envidia pero disfraza de repulsa para no admitir que su vida es un asco. Porque duele.

¿De que van esos comentarios?

Pues seguramente os haréis una idea… «pobre tío, que papelón ahí con la gorda» podría ser una pensamiento que hubiera pasado por las cabezas de todos, »mira esos, no pegan ni pagando» valdría como perla también. »Qué fea queda esa pareja, tan… distintos» (ésta me encanta, para encajar, tenéis que salir con alguien igualito ¿eh? gemelos de la misma bolsa, a ser posible)

Para resumir, una lluvia ácida de pésames para ese tío flaco que se fue hacia la gorda. ¿No? Es lo típico. Lo normal. Pero yo me pregunto, ¿y ella? ¿qué nos hace pensar que los comentarios eran insultantes hacia el sujeto A, y no hacia el B? Porque si la cosa va de prejuicios y uno de los dos tiene que estar estereotipado y ser el »pobre…»

-Pobre chica, tenerse que pasear con alguien tan pequeñito al lado, con lo hermosa que ella está.

-Pobre chica, tan fashion, tan cool, tan a la moda, mientras el novio sigue usando la ropa con la que se confirmó.

-Pobre chica, que tiene que aguantar miradas por salir con un tío tan soso.

-Pobre chica, ¿será normal ser tan in y que le guste alguien que no reconocería una tendencia ni aunque el vomitara en los zapatos?

-Pobre chica, a ella la pueden sujetar de la cadera, ¿pero dónde se agarra ella? ¿De la C4? ¿Del cúbito?

-Pobre chica, ¿será ir a Jack & Jones demasiado para el chaval, al que solo le faltan las rayas verticales planchadas por su madre?

Podría seguir hasta el aburrimiento, ¿no? y sería ofensivo para el tío, al que no conocemos de nada, al que solo estamos juzgando por su apariencia, ¡y ni eso! por la ropa que lleva puesta y las elecciones de vestuario que ha hecho para cubrir con ellas su cuerpo. ¿Verdad?

La cuestión es que cuando la gran mayoría ve a un par de personas que consideramos disparejas juntas, como en este caso, siempre se tiende a santificar al tío, al que se suele poner (en nuestros pensamientos al menos) de héroe para arriba, porque debe ser una obra de caridad salir »con esa chica (insertar aquí estereotipo)»

Estamos en 2017, señoras y señores, es hora de pensar que quizá sea ella la que esté dándole el honor y el placer de tenerla como churri. Quizá es ella la que se deja babear su fantástico escote por un tío que casi tropieza con la puerta de salida de los baños porque iba ciego a lanzarse contra ella para comerle unos morros que no perdieron ni pizca de rojo (olé ella).

O quizá, ¡rasgaos las vestiduras infieles con las mentes llenas de mierda! Ninguno de los dos se conforma con el otro, porque son dos personas heterosexuales que se gustan, albergan sentimientos mutuos y se sienten atraídos. Quizá, solo quizá, el problema lo tiene el que mira y no se entera de que lo que está viendo, es amor.

Me dio vergüenza, y pena, ser testigo de las miradas y de cómo había memos que hasta señalaban. Me dio rabia, porque esas personas estaban entrometiéndose en un momento perfectamente natural entre una pareja que, olé ellos, pasaron del culo de los presentes y se fueron riendo a sus cosas, ajenos a los pobres que no tenían quien les besara o les tocara el culo para sentirse menos miserables.

Abramos miras, por favor. Y si es inviable, porque no damos para más, que dejemos los prejuicios de lado, entendamos que, en la mayoría de los casos y aunque cuatro iluminados no quieran reconocerlo, no es el estéticamente más aceptado el que está haciendo a nadie, el favor de su compañía.