No me lo digas, lo sé, estás pensando en ella, ¿verdad? Esa amiga con la que guardas los mejores recuerdos y anécdotas. Pero no, no. No por recuerdos entrañables de esos que te hacen llorar. Bueno si, llorar… pero de la risa. Porque seguro que, si ella es la patosa, tú eres la que se encarga de recordarle aquella caída tan tonta de la que os estuvisteis riendo días y días. O de aquella metedura de pata que le hizo pasar un mal rato por su mala cabeza.

Yo tengo que confesar que soy la que cada dos por tres le estoy recordando a mis amigas esos grandes momentos. Y sí, también soy de las que antes de tenderles una mano para que se levanten del suelo, no puedo evitar reírme primero. Algunas me entenderéis y otras pensaréis que el premio a la mejor amiga de mierda, me lo llevo yo (no os culpo), pero no puedo remediarlo, qué vamos a hacerle.

Recuerdo cuando tenía 8 años y algunos de mis compañeros de clase y yo íbamos a tomar la comunión. A mí me tuvieron que hacer el vestido a medida porque siempre he sido generosa de chichas (pero durante mi infancia, más). El caso es que todo eran risas. El domingo tomábamos la comunión y justo ese viernes a mi amiga Evelyn se le ocurrió que era muy buena idea salir a jugar a la calle cuesta abajo con el patinete (sí, esos de hierro de toda la vida con dos rueditas). ¿Resultado? radio y cúbito roto. Pero esperad, ahí no quedaba la cosa porque con el brazo escayolado… ¿cómo iba a subirse la manga del traje? No lo sé, pero desde luego yo conseguí pasar desapercibida mientras todas las miradas iban a su brazo y yo… disfrutaba del momento.

Burla

Creo que hay que ponerle humor a la vida. Saber reírnos de nosotros mismos es importante para no tender a ofendernos con tanta facilidad. Hay que distinguir entre los momentos serios en los que las risas sobran y los que puedes reírte de tu amiga y no pasa nada. Muy probablemente ya se esté riendo ella antes que tú. Mi amiga Carla es mucho de eso. Se ríe hasta de su sombra, y qué bien.

Justamente hace un par de años iba con ella por Príncipe Pío. Íbamos con prisa porque nos dirigíamos a trabajar y a hora punta de la mañana para coger el metro… os podéis imaginar ¿no? Bueno, pues nos bajamos de un metro para ir a coger justo otro que estaba en frente. Gente andando, por un lado, por otro. Agobio máximo. Pues lo único que le llegué a escuchar es: “¡¡Nena, nena corre que se nos va el metro y no lleg..!!” ¿Qué? Giré para ver por qué se había callado y no la vi. Bueno sí, la vi. Pero en el suelo. Fuimos todo el rato riéndonos en el metro. En el siguiente claro, porque al que nos dirigíamos corriendo… se fue. Chicas, las prisas no son buenas. Decídselo a vuestra amiga patosa para ahorrarle un mal rato.

Carrera

Los idiomas… esos pequeños traicioneros algunas veces ¿eh? Estaba en bachillerato cuando nos propusieron acoger durante unos días a unos estudiantes americanos que venían de intercambio. Mi amiga Sandra se prestó voluntaria para acoger a un chico (muy simpático, por cierto). Se llamaba Tej. Bueno, pues llegábamos del instituto y era un día lluvioso a más o poder. El padre de Sandra nos indicó que abriésemos la puerta del garaje para guardar el coche y entrásemos por ahí a su casa. La rampa era de azulejos. Que resbalaban como un demonio, vamos.

Yo ya me veía venir lo que iba a pasar. Sandra estaba abriendo la puerta y yo estaba pensando cómo podía decirle a Tej en inglés que la rampa resbalaba. No sabía ni decir rampa, ni que resbalaba (cuando era tan fácil como decir “cuidado”). Pero bueno, en fin. Mi inteligencia suprema. La puerta ya estaba abierta y Tej iba directo a entrar para no mojarse cuando de repente en un acto de buena voluntad le grité: “¡¡Qué resbala, ¡¡qué resbala!!” y mi amiga Sandra me chillaba: “¡Pero Merche no ves que no te entiende!!” durante todo nuestro diálogo y preocupación, Tej ya se había resbalado. Nos dimos cuenta cuando entre grito y grito escuchamos… “PUUM”.

Caída

En fin, chicas, si es verdad que reír alarga la vida, yo le estoy infinitamente agradecida a mis amigas, y sobre todo a las patosas. ¿Qué sería de nosotras sin ellas que inconscientemente siempre nos están sacando una sonrisa? Eso sí, a costa de sus ‘malos’ ratos. Cuando leáis esto, llamadla por teléfono y echad un buen rato de risas recordando grandes momentos. Yo, aunque no se lo diga muchas veces, me hacen ganar vida de la mejor forma que se puede. Siendo feliz.