En la vida de todo ser humano hay ciertos momentos que se graban en la memoria como cuando se mancha el sofá con la grasa de un bocata de bacon y eso no se quita ni con ácido sulfúrico. Por ejemplo: dar a luz, cobrar el primer sueldo, follar por primera vez… En mi caso fue darme cuenta de que me estaba enrollando con un capullo.

Os pongo en situación. Me llamo Almudena, pero todos me llaman Alma. Tengo 29 años, en marzo cumplo los 30. Y bueno, en el amor me ha ido regulín. Con 19 años  empecé a salir con un chico que resultó ser un maltratador psicológico y físico. Un buen día, ya con 24 años, cogí fuerza y el último gramo de autoestima que me quedaba me hizo mandarle a la porra, con denuncias de por medio. Fue un desgaste mental tan grande que juré por todos los dioses de la antigua Roma que jamás volvería a dejar que un tío me pisotease.

Pasó el tiempo y aprendí a estar sola. Salí con algún que otro chico pero nada serio, quería disfrutar del valor de mi compañía. Y un buen día me vi con una cerveza en una mano y el móvil encendido con la aplicación de Tinder en la otra. Había sucumbido, me había convertido en esa clase de gente que echa un polvo gracias a Internet.

Conocí a varios chavales, me llevé algún que otro orgasmo y el pasado mes de diciembre la cosa se puso seria con uno.

Al principio todo fue como si de una película de Disney se tratase. Era divertido, ingenioso, cariñoso, carismático. ¿Qué pasó para que se jodiese el cuento?, os preguntaréis.

El viernes mi mejor amiga vino a España a verme y aunque el plan era cenar en casa, nos animamos y salimos de fiesta juntas. Algo tan inocente  como tomarnos una copa en un bar de tranquis despertó el lado oscuro del hombre perfecto de Tinder.

1 y media de la mañana:

  • Hola guapa, ¿qué andáis haciendo? ¿Cómo va la noche de chicas?
  • Pues al final nos animamos y hemos salido a tomar algo.
  • ¿Y eso? ¿Estáis de fiesta? ¿Dónde estáis, que así voy y la conozco?
  • ¿Te importa si te la presento mañana como dijimos? Que me apetecía estar con ella para ponernos al día.
  • Ok.

No hay nada más pasivo-agresivo que un “ok”. Tampoco le quise dar importancia.

4 de la mañana:

  • ¿Seguís de fiesta?
  • Sí, ¿tú qué tal?
  • Al final he salido también con unos colegas. Hay unas tías que no paran de meternos fichas. Una incluso me ha dicho que si me gustan sus tetas. Me ha intentado meter boca… Madre mía  cómo está la peña. No se separan de nosotros.

Es sorprendente lo fácil que puede pasar desapercibido un capullo. Habían pasado 5 años desde mi relación de maltrato y yo bajé la guardia, y sin darme cuenta pasé de estar en un bar pasándomelo de 10 con mi mejor amiga a rayarme y sentirme culpable. Culpable por ser feliz, culpable por ser libre, culpable por ser yo misma.

Los celos son un sentimiento natural, pero usarlos como arma para hacer daño a alguien y atarle a ti es lo más mezquino del mundo. Al día siguiente le dije al chico perfecto de Tinder que no me había gustado lo que había hecho. Me enfadé y él me dijo que no le entendía, que a él le había dolido que yo “saliese a zorrear y pasar de él”.

Con casi 30 años tengo muy clara una cosa: no soy una zorra, soy una loba, y las lobas no renuncian a su manada. Mis amigas son sagradas. Yo soy sagrada. Mi tiempo es sagrado. Mi independencia es sagrada. Y cualquier persona que quiera quitarme lo que me hace libre tiene dos opciones, irse caminando o irse corriendo

 

Redacción WeLoversize