Desde pequeños somos sometidos a un montón de normas. Nos educan con horizontes amplios en rediles estrechos con la promesa de que un día veremos atardecer donde el cielo encuentra la tierra; donde el Sol desaparece dejando una estela anaranjada; donde la paz y la calma sosiegan cualquier ajetreo pasado.

Nos enseñan que hay UNA forma de conseguirlo al alcance de aquellos que sigan el esquema perfectamente definido por siglos de normalidad. Nos lo enseñan nada más empezar a vivir, así que tú comienzas. Comienzas a recibir estímulos en tu entorno, en clase, en los libros, en la televisión … Y todo te invita a pensar que, en efecto, la normalidad es lo que hay y que así es como llegas a la tan nombrada felicidad.

Con todo este bombardeo, lo más NORMAL es que crezcas pensando que las cosas establecidas son las cosas que existen y que todas las demás, tarde o temprano, se descubre desvaneciéndose (como tus amigos imaginarios) o siendo una confusión (como tus padres regalándote juguetes en enero).

Creces pensando que las cosas están establecidas por algo, que la vida se constituye igual desde hace siglos por algo. Que todo el mundo sigue ese mismo camino POR ALGO.

Y tú, sin tener ni idea de qué es ese ALGO no tienes tiempo de pararte a averiguarlo.

Un día, en el metro, estás harta. Miras a tu alrededor y está todo el mundo igual. Sientes que la vida no está yendo como te dijeron y que todo tu esfuerzo no está dando resultado. De repente, giras la cabeza y ves a alguien vistiendo de colores, sin seguir la moda, con el pelo teñido de manera estridente; ves a una pareja de mujeres besándose; ves a alguien que parece un hombre maquillado y con aros. Los ves y los ves a todos sonreír, en paz, a su bola.

Y por dentro, te jode. Te jode porque llevas toda una vida ignorando tu espíritu, tu alma, tu mente, lo más profundo de tu ser; acallándolo con cada ducha de siete minutos, con cada pantalón de traje y con cada hora de gimnasio pensando en el cuerpo del verano. Con cada carrera y máster con salidas, cada trabajo estable, cada pareja aceptable; con cada comportamiento femenino o masculino; con cada actitud normal, esperable de tus genitales.

Tú te has preparado para ser feliz de la única forma que se puede ser. Eso ponía en cada esquina de la vida ¿De qué va toda esa gente siendo feliz de cualquier otra forma? Con todo lo que te esfuerzas ¿quién va a venir ahora a decirte que ha sido en balde? ¿Quién va a recuperar todo lo que has desechado? Esa gente NO puede ser feliz, no saben lo que hacen; deben estar desubicados; enfermos; confundidos. La felicidad es por aquí. Por algo estás yendo por aquí, por algo fueron todos los de antes por aquí.

¿Todo tu esfuerzo para que ellos sean felices de cualquier forma? No, no, no.

Y te bajas del metro en tu parada y les lanzas una mirada acusadora a esos que hoy te han hecho mirar a tu vida con dudas, nostalgia y amargura. Cómo ibas a mirarlos si no. Alguien tiene que ser el responsable de que a ti no te haya llegado el atardecer después de hacer todo lo que te dijeron que hicieras personas que no están ahí ahora para rendirte cuentas. Alguien tendrá que ser: que sean ellos, por diferentes, por poner en evidencia tu camino, por salirse de la norma y hacernos dudar de que encajar nos da la felicidad.

Esos, los distintos, tienen que estar equivocados.

 

Nos jode lo diferente porque nos reta a pensar que quizá después de todo el esfuerzo, después de toda la vida recorrida bajo el criterio de otros, después de todo lo sufrido por ignorar lo que podíamos ser, el atardecer nunca llega y nosotros no dejamos de amanecer desconociéndonos cada día un poco más. Nos jode lo diferente porque no sabemos respirar en campo abierto; la norma es el redil, y esos valientes, los diferentes, nos sostienen la mirada para revelarnos que ellos se llenan los pulmones de aire fresco cada día y que cada día ven atardecer de un color diferente. Que cada uno tiene su propio camino y su propia felicidad.

 

Carlota Quiroga