Pi-pi-piiii este post contiene spoilers de la primera temporada de «13 reasons why» o «Por trece razones».

Lloré, reí y volví a llorar con Hanna Baker. A día de hoy recuerdo ese decimotercer capítulo como uno de los peores finales y he visto un porrón de series pero ninguna me había hecho sentir tan impotente como la historia de una chica buena a la que todo se le va torciendo sin que sepa cómo o dónde pedir ayuda y mucho menos a quién.

Cuando empecé a ver la serie leí en alguna parte de internet que era una historia que debían ver todos los profesores de instituto. No estoy de acuerdo. Es una historia que debemos ver todos porque Hanna Baker es un personaje con el que sentirnos muy identificados en algún momento de nuestra vida, es esa sensación de no encajar, de intentarlo y de cansarte. Pero también has sido Clay, alguien que no es consciente del poder que tiene hasta que pierde la oportunidad de usarlo. Y, tristemente también fuimos Justin cuando la vida nos ha repartido unas cartas que no sabemos como jugar y acabamos tomando la peor decisión.

Esta serie supo transportarnos en 2017 al mundo real de los institutos de la mitad del planeta y nos enfrentó al lado oscuro y vulnerable de la adolescencia. Con sólo 13 capítulos nos hizo partícipes de un suicidio, nos hizo cómplices y nos prestó su piel para sentir el dolor de cada una de las 13 cicatrices. Por eso precisamente no voy a ver la segunda temporada de «Por trece razones» porque la historia de Hanna Baker, basada en el libro de Jay Asher, te permitía juzgar tú mismo el final, debatir en tu mente la culpabilidad o inocencia de sus personajes e inventar la justicia ideal que la protagonista se merecía.

Sí, sé que es un producto de éxito, que lo normal era alargarlo y que los fans pedían a gritos conocer el desenlace, más aún cuando la serie se sacó de la manga el final con un herido que nos deja la posibilidad de otro suicidio o un tiroteo protagonizado por otro de los personajes que aparecen en las cintas. Pero lo que me gustó tanto de esta serie, lo que me hizo llorar la muerte de Hanna aún después de que hubiese dejado de sonar la música fue esa complicidad que cara a cara y cinta a cinta consiguieron crear hasta hacerte ver que, como si de un hecho personal se tratara, tú serías el único responsable de juzgar a los personajes. Supongo que eso sólo pasa en los libros y que las series de éxito hay que exprimirlas hasta que empiecen a saber ácidas.