Siguiendo con el melón que ya abrí sobre las excusas que ponen la gente para no respetar los espacios creados para movilidad reducida, vengo a contaros una anécdota del verano pasado y que es otro ejemplo de la batalla campal que supone hacer entender ciertas cuestiones a algunas mentes cerriles.
Veraneo desde hace varios años en la misma playa. Tiene un rinconcito para movilidad reducida, con el suelo de madera para que no tengas que tener la silla de ruedas clavada en la arena, cubierto con sombra, sillas para sentarse si viene alguien mayor o que usa bastones y se cansa fácilmente y un equipo de 4 voluntarios que hacen turno para que siempre haya una pareja allí ayudando a entrar y salir del agua.
Nada más llegar, ves un cartel que dice: “Uso exclusivo para personas con movilidad reducida y un acompañante por persona”. Tengo la teoría de que encargan esos carteles al Club de la Comedia, porque todo el mundo se los toma a chiste. Incluido el señor que apareció una tarde.
Iba él (sin movilidad reducida) con su hijo, de unos 8 o 10 años (tampoco tenía movilidad reducida). Y se va directo a la zona con sombra, se agarra una silla y se pone allí a hacer sus cosas. El niño andaba por ahí, a su rollo. Total, uno de los voluntarios se dio cuenta y se acercó a advertirle que, si no acompañaba a alguien que tuviese movilidad reducida o si no la tenía él mismo, allí no podía estar. La respuesta del hombre ya me hizo levantar la mirada y poner la oreja.
Empezó diciendo que estaba allí esperando a alguien que debía ser un pez gordo, porque se preocupó en decir su nombre y sus apellidos. Debó estar muy poco al día de la alta sociedad playera, porque el nombre de su amigo no me sonó de nada. A continuación, lo remató diciendo que si estuviera lleno de gente con discapacidad, pues vale, pero que había sitio de sobra. Y además, que él quería sombra.
A mí me vinieron entonces varias dudas existenciales a la mente:
- ¿Las prohibiciones de paso ahora son opcionales? ¿Por qué nadie me lo ha dicho cuando he querido entrar en una zona VIP y no tenía acceso?
- Yo no le digo nada al señor, pero las otras 100 personas que le rodean y cumplen las normas sin rechistar… ¿no tienen ganas de correrle a gorrazos toda la costa mediterránea?
- Si el colectivo de la discapacidad hemos luchado por derechos educativos, laborales, sociales, sanitarios… ¿Este señor no puede luchar por su derecho a un sombrajo sin pasar por encima de derechos ajenos?
Mucha gente no entiende los del rinconcito de playa accesible. Se suele interpretar como “mira qué suerte, que ellos tienen servicios y los demás no”. Las razones de que haya puntos accesibles en una playa, son muy simples:
- La arena dificulta todavía más la movilidad. Las ruedas y los bastones se bloquean, con el riesgo de caídas que ello conlleva. La solución es crear un punto con suelo de madera para poder moverse sin peligro.
- Imaginad vosotras que esos voluntarios tuvieran que ir de punta a punta de una playa preguntando si alguien necesita ayuda. Inviable como poco. Si nos concentramos en un mismo lugar, nos ayudan a todos y todas fácilmente.
- Creando un punto accesible, garantizas también que haya baño y ducha accesibles y que se respetan. Volvemos de nuevo al tema de respetar las necesidades de otras personas y cómo hay que echarle mil ojos a un baño accesible porque sin vigilancia, no lo respeta ni Cristo. Parece que el ser humano solamente sabe respetar, incluir… si es a las bravas. A las buenas y porque le nace, no hay tutía.
Además, os invito a verlo a la inversa. No es que yo tenga el mejor sitio de la playa y tú te tengas que conformar con una toalla en la arena, es que tú puedes colocar tus cosas en cualquier punto de la playa mientras yo tengo que ir a morir al único punto en el cual me puedo mover y me pueden atender.
¿Sabéis cómo acaba la historia del buen señor? Tuvo que venir la Policía Local a explicarle por qué no podía estar en aquel sitio. Y mientras discutían, le explicaban el mecanismo del botijo, el señor insistía en que el voluntario era cerrado de mente… La cosa es que el hombre iba haciendo y deshaciendo sus cosas. Total, que se fue cuando acabó. No por cumplir sus normas, sino porque ya había disfrutado la sombra lo que la tenía que disfrutar.