Fátima me cuenta que cuando el hermano de su amiga Clara tuvo a su hijo, las conversaciones eran monotemáticas entre ellas. Ya durante el embarazo de su cuñada le contaba paso a paso, desde las ecografías y las pruebas importantes, hasta los temas más íntimos que quizá no debería airear fuera de la familia. Fátima lo entendía, porque sabía que la llegada de un nuevo bebé era algo increíble, emocionante y muy ilusionante y, aunque Clara no le daba mucha bola cuando contaba anécdotas de sus sobrinas, siempre la justificó pensando que al haberlas conocido ya mayorcitas no entendía la ilusión que seguía suponiendo para ella cada vez que le regalaban alguna obra de arte, que le contaban alguna anécdota graciosa del cole o que decidían contar algo sobre ella a sus amiguitos, demostrando así cuánto la querían.
El día que el bebé nació, su whatsapp se convirtió en una locura de reportes del paso a paso, desde las contracciones hasta las primeras expulsiones de meconio. Que si lleva 5 cm de dilatación, que si le han tenido que romper la bolsa amniótica, que si nada más nacer le cogió el pecho a la perfección, que si se le hizo caca al hermano al cambiarlo y le manchó toda la mano… Era demasiado.
Cuando su cuñada abrió la veda de las visitas (ya que pidió que nadie fuera al hospital y que les dejasen un par de días para aclimatarse antes de ir en masa), la avalancha de fotos y vídeos fue apabullante. En todas Clara salía radiante con el bebé en brazos. Más tarde un millón de fotos de su cuñada, la pobre, pálida, ojerosa y con el pelo recogido en un moño mal hecho. Dice que daba la sensación de que no estaba muy por la labor de tanta foto, pero realmente Fátima no la conocía casi de nada y suponía que, si fuera así, Clara no lo haría.
Desde entonces era raro que pasaran más de dos días sin tener documentos gráficos de ese niño suficientes para hacerle un book de fotos completo. Si quedaban, le contaba cómo tomaba el biberón desde que su madre se reincorporó al trabajo, cómo conseguía su hermano dormirlo… Era extraña la cantidad de detalles cotidianos que sabía y la necesidad de compartirlos todos.
Fátima tenía en su teléfono más fotos del sobrino de Clara que de sus sobrinas, que pasaban con ellas dos tardes a la semana. La hermana de Fátima tenía dificultades para conciliar y toda la familia colaboraba como podía. Ella las recogía del cole y pasaba la tarde con ellas los lunes y los jueves, que no tenían extraescolares y las podía llevar al parque, a comer un helado… Eran sus tardes favoritas de la semana. Pensando en esto y en lo ajetreada que era la vida de Clara se preguntó cuándo sacaba tanto tiempo esta para acampar de esa forma en casa de su hermano.
En el primer cumpleaños del niño le hicieron una fiesta muy bonita con la familia. Decoración con globos y guirnaldas, mesa dulce… Más de 40 fotos envió ese día. Clara lucía sus mejores galas, peinada de peluquería y posando con el niño en la pared del local donde se celebraba como si se tratase de un photocall. En ese momento Fátima se da cuenta de que pocas veces enviaba fotos en las que saliera ella, aunque siempre las enviase contando una anécdota asociada y casi siempre en primera persona con frases como “nos reímos mucho cuando…” “nos manchó a todos…”
Fátima se encontró con la cuñada de Clara pocos días después de la fiesta. No eran amigas, pero se conocían ya que ella había sido muy amiga de su hermana en el instituto y, aunque se habían distanciado, tenían buena relación. Al verla la paró para preguntarle qué tal llevaba la maternidad, felicitarla por su primer cumple de madre y ese tipo de cosas que se hacen cuando ves a una nueva mamá que conoces.
Después de un rato charlando de forma distendida, Fátima le dijo algo como “La verdad que a tu hijo ya es como si lo conociese, he visto más fotos de él que de cualquier otra persona”. La cara de aquella mujer se transformó totalmente. Se puso seria, con el ceño fruncido y, de pronto se empezó a poner roja como si la rabia le fuese a salir por las orejas. Fátima pidió perdón por si había metido la pata, pero enseguida aquella madre extasiada por la falta de sueño, la corrigió. Ella no había metido la pata en absoluto, pero debía saber unas cuantas cosas de “la tía del año”.
Clara no había querido ir a verlos al hospital, a pesar de que habían dicho que si aceptaban las visitas de la familia directa. Al parecer los hospitales no le gustan (¿a quién sí?) Solamente habían pedido que no fuesen el día que llegaban a casa, porque querían aclimatarse. Ese día Clara pidió ir y su hermano, por teléfono, discutió con ella porque llevaba varios días hablando de que justo ese día no querían visitas y que podía haber ido al hospital si no quería esperar.
Por ese motivo tardó casi una semana en ir a verlos. Apareció apestando a colonia y tabaco. Se sentó y cogió al niño para que su madre le hiciese unas fotos. En cuanto la sacó con la perspectiva perfecta, lo dejó de nuevo en el moisés y se puso a mirar el teléfono toda la tarde. Solamente prestaba atención al resto de personas para hacer fotos. A pesar de que la mamá del bebé le pidió que ese día no le sacase ninguna a ella, que se veía muy mal y no le apetecía. Desde aquel día no había vuelto a ver al niño (ni a su hermano ni a su cuñada) hasta poco antes del cumpleaños, que los visitó para preguntar si podía comprarle al niño uno de esos coches de lujo en miniatura que se manejan con mando.
Fátima supo entonces, que era la madre de Clara la que le mandaba todas esas fotos y le contaba cada detalle, para intentar involucrarla en la vida de su sobrino, ya que su hermano se había empezado a ofender al poco de ser padre y ahora mismo tenía una relación con ella que no llegaba ni a cordial solamente. Las familias de ambos estaban pendientes del niño, pero Clara no había querido saber nada desde el principio.
El hecho de que hiciese parecer ante sus amigas que era la tía más implicada del mundo y que contase su vida como si la conociese, agravaba la situación.
Después de aquello, el hermano y la cuñada de Clara le retiraron la palabra. Clara le contó a Fátima que no había ido más porque su cuñada le ponía mala cara y… Un montón de excusas más que dejaron claro a Fátima que su amiga era de esa gente que solamente quiere quedar bien, hacer ver que la gente la necesita, que le pasan cosas trepidantes e interesantes, pero en realidad su personalidad la aleja de su entorno.
Ambas se fueron distanciando. Fátima cree que la vergüenza de saber que había descubierto la verdad la había apartado de ella. Y, la verdad, no sentía pena por ello.
Sin embargo, se había hecho bastante amiga de su cuñada. Su hermana y ella habían retomado contacto y hace poco, en el segundo cumpleaños de aquel pequeño, Fátima y sus sobrinas fueron las que más disfrutaron de la fiesta.
Luna Purple.
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