Primera cita en una playa nudista

Vamos con otra de estas historias de que sabemos que a todas nos encantan. Podría decir que por lo menos aprendí algo o que me divertí… Pero no suelo mentir: Fue un completo desastre.

 

¿Listas? ¡Pues al grano!

 

El tipo en cuestión no era un mal partido: Deportista, trabajador, con moto y casa propia, y sin ningún drama o rollo raro con sus exparejas. Todo pintaba bien, ¿verdad? Antes de vernos en persona así lo creía y estaba emocionadísima con echar un polvo (por lo menos) y luego ya ver donde acababa la cosa.

 

Estuvimos hablando durante un par de semanas y después de valorar compatibilidades quedamos para ir a la playa una tarde. Aquí empieza lo bueno: La única playa cerca de mi casa es nudista. Se lo comenté a modo de broma y el tipo me dijo que él solía ir a playas nudistas y que ya la conocía, que podíamos ir perfectamente.

Sorprendida e intrigada le dije que sí. El día llegó y poco a poco me fui poniendo cada vez un poquito más nerviosa; habíamos quedado en que él subiría a casa a dejar el casco de la moto (para que no se llenase de arena) y luego ir para allí. Yo pensé que era una excusa para empezar follando, pero no: Subió y fuimos a la playa nudista.

moto

De camino la conversación fue bastante insulsa y superficial, se podría decir que incluso dijimos más o menos lo mismo que ya habíamos hablado por chat. Ahí empecé a notar que la cosa no fluía bien, pero como soy así lo interpreté como los nervios de las primeras citas.

Error.

Llegamos a la playa nudista, estiramos las toallas y llegó el momento: Desnudarse delante de un desconocido. Que sí. Que las playas nudistas están llenas de desconocidos y nunca pasa nada, todo ok. Pero ya os digo yo que no es lo mismo. Ir a una nudista con alguien con quien no tienes apenas confianza a ponerse en bolas de buenas a primeras es incomodísimo.

playa nudista

 

Yo lo superé como pude, fui muy rápida y me tumbé boca abajo. A los dos minutos le pedí que me echara algo de crema en la espalda a ver si así se rompía el hielo un poco, ¿no?

Error número dos.

Manos ásperas y tensas, lo hizo tan rápido que parecía que le incomodaba tanto como a mi toda la situación. Así que para amenizar un poco la situación puse algo de música y traté de sacar temas de conversación fáciles, pero sus respuestas solían ser monosílabos o muy cortantes. ¿Sabéis cuando habláis con alguien y veis que todo el esfuerzo es por vuestra parte? Tenía la sensación de estar haciéndole una entrevista y de llevar un listado de preguntas en el tintero a las que él iba contestando sin dar pie a nada más.

 

Por coincidencias de la vida a medio «interrogatorio» me dijo que había entrenado en el mismo equipo de rugby que mis primos así que le dije que eran mi familia y le pregunté si también les conocía. Sé como son por lo que intuí que si les conocía por lo menos tendríamos algo que hablar.

 

Os hago una definición fácil: ¿Sabéis el típico miembro de un equipo que consigue liar a todos los demás para salir hasta el amanecer? ¿Ese que invita a todos a beber hasta que no se aguantan de pie? Esos son mis primos: Los que todo el mundo aprecia aunque sean unos cabrones.

 

Entonces ocurrió: El error número tres.

Para él no era así. Los puso a parir y bien a gusto se quedó. Creo que fue la respuesta más larga que me dio en la media hora o tres cuartos que llevábamos juntos. Me quedé perpleja. Nunca había oído hablar mal de mis primos de esa forma y eso que soy consciente que están un poco locos (que son unos liantes, vaya) pero NUNCA jamás nadie me había hablado así de ellos. Con ese asco y desdén, sin miramientos. Como si no fuera mi familia de la que se está hablando sino alguien que no conozco en absoluto.

 

Lo vi claro: El desastre era inminente.

Todas tenemos un plan de huida en mente, pero es que ese día ni falta me hizo. Le miré a los ojos, le dije que se había pasado tres pueblos y que eran mis primos de los que hablaba (cosa que ya sabía). Él se puso farruco y me dijo que si no se podía ni dar la opinión entonces para qué preguntaba. Un poco de hábitos de socialización e inteligencia emocional no le hubieran venido mal, pero no tenía tiempo ni ganas de explicarle por qué me había sentado mal el tono de su discurso. Le dije que ya nos podíamos ir, que yo le había preguntado si les conocía y nada más.

Vaya, que en menos de una hora de su llegada volvíamos a estar en mi casa. Al darle el casco para que se fuera el tipo aún insinúo si se iba o si le dejaba pasar a mi habitación.

Encima de borde, malo pillando indirectas.

 

Moreiona