Seguro que os habéis enterado de una de las noticias del verano: la ruptura de Rosalía y Rauw Alejandro. Una pareja que a todos nos encantaba, una de esas que nos hacen creer de nuevo en el amor. Pregonando su compromiso a los cuatro vientos, ella luciendo orgullosa su anillo. Hasta que todo se esfumó.

Rosalía, como yo, sólo estuvo prometida unos meses. De su historia no sé mucho, pero os puedo contar la mía. Al menos, tengo algo en común con la mujer española más exitosa del momento. ¡Algo bueno tenía que tener!

Mi relación era parecida, o eso creo, a la de R&R. Estábamos enamoradísimos y nos encantaba demostrarlo. Aunque yo soy bastante fría, mi ex era cariñosísimo, no dejaba de darme besos y abrazos en público, también en privado, y a mí me encantaba sentirme merecedora de ese amor que se nos desbordaba.

Desde muy pronto tuvimos claro que nos casaríamos, también que tendríamos hijos. Los primeros dos años fueron maravillosos, ¡por fin había encontrado al amor de mi vida!

Después llegó el coronavirus, el estrés, los problemas de salud mental… y todo empezó a decaer. Aun así, pensé que sería una mala racha. Yo seguía enamoradísima y dispuesta a luchar.

Justo en ese momento en que nada iba demasiado bien, él decidió pedirme matrimonio.

prometida

No sé si alguna vez habéis sentido que la vida se imponía. Que poco podíais hacer salvo dejaros llevar por la corriente, porque seguramente la corriente sabía mejor que hacer que vosotros. Algo así me pasó. Sentí que, a pesar de no estar bien, tenía que decir que sí. Que todo se arreglaría, y que en unos meses estaríamos jurándonos amor eterno frente a nuestros seres queridos.

Pero los acontecimientos de las semanas siguientes arruinaron por completo ese futuro. Por alguna razón, supongo que fruto de su inestabilidad emocional y de ciertos asuntos mentales sin tratar, se metió en las drogas. Sospecho que ya tomaba algo antes, de manera ocasional y festiva. Pero, justo después de nuestro compromiso, comenzó a hacerlo habitualmente. Lunes, martes, miércoles. Daba igual el día.

prometida

Empezó a actuar de manera extrañísima. Decía cosas que no tenían sentido, que no seguían el hilo de la conversación. Iba al baño constantemente, no era capaz de estar sentado más de diez minutos seguidos. Se volvió muy irascible, hasta el punto de escuchar comentarios que nadie decía y tener manías persecutorias.

Dejó de pagar su parte de la hipoteca, y me pedía dinero para comer. El poco que tenía, supongo, se lo gastaba en drogarse. Faltaba al trabajo, y ya nadie se fiaba de él. Aparecía con heridas en las piernas y en la cabeza que se hacía bajo las más extrañas circunstancias (sospecho que se autolesionaba).

Mi madre estuvo dos semanas ingresada y no fue a verla nunca, ni quedó conmigo, ni me llamó. Sólo lo vi una noche, porque yo fui a buscarlo donde estaba, y ¡oh! ¡sorpresa!, me lo encontré borracho.

Finalmente, cuando la situación era insostenible, su familia le hizo una intervención y empezó a acudir a un centro de rehabilitación. Yo peté. Había pasado demasiado. Y lo dejé. Ahora, como Rosalía, trabajo en volver a encontrarme.