El otro día miraba a mi hija sin que ella se diera cuenta. En aquel momento estábamos en el salón, acabábamos de comer y el sol de la media tarde entraba por la ventana. Empezaba a hacer calor y el azul del cielo se divisaba mucho más intenso que nunca. Ella observaba fijamente su puzzle de Disney, ¿cuántas veces lo habrá montado en toda esta cuarentena? Por un segundo pensé en qué estaríamos haciendo de no encontrarnos en esta situación. Quizá saldríamos a dar un paseo con las primas, o subiríamos todos juntos a la finca a disfrutar de la primavera en todo su apogeo. Regresé a mi salón y allí seguía ella, que en ningún momento se ha quejado ni un poco por toda esa libertad que nos han arrebatado.
Son ya más de 60 días y cuando pensábamos que de todo esto al menos sacaríamos el convertirnos en mejores personas, resurgen las malas palabras, los reproches, las policías de balcón y de terraza. Una vez más dejamos salir nuestra peor cara dándonos golpes de pecho como si ser humanos nos otorgase la verdad suprema. En lugar de ir unidos nos disgregamos, nos lo llevamos todo a nuestro terreno para escupir bilis contra los que no nos apoyan. Esos somos los adultos de la pandemia, los que parecemos saberlo todo mientras nuestros niños nos dan una lección silenciosa de humildad y de saber estar.
Porque ellos han sido al fin y al cabo los que se han llevado el varapalo más tremendo de todo esto y según parece ya lo hemos olvidado. Los confinamos en casa de la noche a la mañana, sacándolos del colegio, de sus rutinas, de los parques, de los abuelos, de los amigos… Les hemos explicado que un virus terrible está ahí fuera y que toca quedarse en casa hasta que todo pase. Ellos, en muchos casos, han respondido con silencio y conformismo. Incluso en ocasiones celebrando el poder estar con papá y mamá mucho más que antes.
No queremos darnos cuenta de que nuestros hijos, esos que no han salido ni a tirar la basura hasta hace bien poco, son la lección última de toda esta pandemia. ¿Acaso alguien ha pensado en el miedo interno que pueden haber sufrido en silencio? ¿Nos hemos acordado de todos esos niños que viven en entornos nada sanos y que ahora no han podido ni alejarse un poco de esa realidad?
Personas saliendo a la calle sin motivo aparente, gente que se ha pasado el confinamiento por el arco del triunfo, miles de adultos multados por no cumplir las normas… Porque parece ser que nosotros lo valemos mucho más y por eso nos merecemos más derechos incluso en estado de alarma. Lo siento, pero no he visto ni a un solo niño quejarse a gritos por todo esto. Ni cercano ni lejano. Ellos han asumido su parte y han cumplido con creces.
Quizá en unos años puedan contar que un virus les robó el mes de abril y muchos más. Que una enfermedad desconocida los encerró en casa y en el mejor de los casos, pudieron disfrutar más tiempo de la familia. Que las salidas entonces se hacían con mascarilla y que de encontrarse con algún amigo, no podían ni acercarse. ¿Podemos aceptar ya lo complejo que es todo esto para ellos?
Parece que les ha tocado mantenerse en un segundo plano porque tocan preocupaciones mucho más serias, pero tengáis hijos o no, démonos cuenta de lo que puede llegar a ser todo esto para la mente de un niño.
‘Mamá, no quiero que salgas hoy a trabajar, todavía hay coronavirus y puede cogerte…‘
La abracé con fuerza intentando ponerme en su lugar, pero no fui capaz. En sus palabras aprecié tal miedo que todo me superaba. Les hemos vendido una pandemia de clases en la tele y de lavarse mucho las manos, pero nos hemos olvidado de preguntarles qué opinan ellos de todo esto, o al menos, qué es lo que sienten.