Cuando escucho a alguien hablar de su boda y referirse al evento como ‘El día más feliz de nuestras vidas’ se me pone el cuerpo raro. Por un lado, porque nunca he entendido bien por qué iba a ser precisamente ese el día más feliz de la vida de nadie. Es solo un día más, uno superplanificado y organizado al extremo, para más inri. Incluso en el caso de que el día más feliz de tu vida tenga que estar relacionado con el amor y la pareja, es muy probable que haya muchos otros días mejores y más felices.

Se me ocurre que el día que uno de los dos le pidió al otro matrimonio pudo haber sido más feliz. Aunque fuese solo por inesperado o romántico. El día que se dijeron lo que sentían por primera vez. El primer ‘te quiero’. No sé, el día que supieron que iban a ser padres, por ejemplo. O el que encontraron el primer piso al que se mudaron juntos. La verdad es que la idea de que el día de la boda es el más feliz de la vida de una pareja, se me hace un poco bola.

Igual tiene algo que ver el hecho de que el día de la mía no fue el más feliz de mi vida. Qué va, ni de lejos. Ni siquiera si solo tengo en cuenta los días que fueron especiales o significativos en mi relación de pareja. De hecho, el día de mi boda fue… raro. Fue estresante y extraño y agotador. Fue incluso triste, en algunos momentos. Tampoco es que fuese el peor, que sucediera alguna tragedia ni nada parecido. Es solo que mi boda no fue el día más feliz de mi vida, y no pasa nada. No pasa nada por que los recuerdos de aquellas horas no sean algunos de los más preciados de mi existencia. Es más, hay cosas que quisiera olvidar.

A modo de resumen, me gustaría olvidar cuánto se sintieron algunas ausencias. Me gustaría olvidar aquella sensación de que no era capaz de atender a todo el mundo, incluso aunque la nuestra no fue una celebración demasiado grande. Querría olvidar los caretos de mi madre cada vez que se cruzaba mi padre por medio (están divorciados).

También me gustaría olvidar los nervios, el cansancio, el dolor de pies, la cagada del restaurante con el menú de algunos invitados con intolerancias alimentarias y los comentarios de mi suegra al respecto. O la pesadilla de posar para el reportaje fotográfico que yo no quería, pero que se empeñaron en regalarnos, y que no he vuelto a ver. Por poner algunos ejemplos.

Con todo esto no quiero decir que no haya muchísimas parejas que puedan afirmar con rotundidad que el día de su boda fue el más feliz de sus vidas. Solo digo que en mi caso no lo fue, que tal vez haya muchas personas que se sientan igual y que no pasa nada. El éxito de nuestros matrimonios no depende de cómo fue nuestra boda, afortunadamente. Ni de cuánto nos gustaría poder volver atrás y cambiar cosas que, después de todo, para algunos no son tan importantes.

 

 

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