Me tuve que ir de la boda de mi hermana porque no contó con mi familia

 

Fue una situación bastante bochornosa. Ocurrió delante del personal del restaurante, de los invitados, del resto de nuestra familia. Tuvimos que abandonar el banquete entre cuchicheos y con la tristeza que me producía perderme la celebración de la boda de mi hermana.

Mi hermana pequeña se casaba. La “chiquitita” de la casa, la princesa. Estábamos todos muy ilusionados con el enlace, ya que además su pareja nos parecía un chico estupendo con el que deseábamos compartir las fiestas navideñas. La organización de la boda se extendió por más de un año, aunque lamentablemente no pude involucrarme demasiado. Soy madre de 4 niños, dos de ellos mellizos, y sumado a un pico de trabajo brutal, los meses transcurrieron sin que pudiese implicarme lo que me hubiese gustado. En cualquier caso, ahorramos para hacerles un regalo significativo que “compensara” una ausencia forzada: les pagamos una semanita de vacaciones por Canarias y unas disculpas. Ellos aceptaron el regalo, quitándole importancia a nuestra falta de tiempo.

La boda: todo bien hasta que…

Llegó el día de la boda. Fui a la peluquería y lucí un precioso vestido que había comprado para la ocasión. Mi marido, que ‘no entraba’ en su viejo traje, también tuvo que adquirir uno correspondiente a su nueva talla. Vestir a cuatro niños tampoco fue fácil ni barato. Sea como fuere, estábamos ilusionados con a fiesta.

Fue una ceremonia por la iglesia, con misa larga, en pleno agosto. Pensé que me desmayaba del calor y de perseguir a mis hijos. Lo pasé francamente mal. Quería ser testigo del enlace, pero tampoco molestar con las carreras de mis hijos, por lo que mi marido y yo nos íbamos turnando. Mi hermana estaba guapísima y lloré como María Magdalena al verla intercambiar anillos con su (ya) marido.

Nos desplazamos al lugar del banquete y disfrutamos del cóctel, donde además disfrutamos de música en vida. La comida estaba exquisita y la cantante era maravillosa. Charlé con mis padres, a los que hacía años no venía salir de casa; hablé con mi hermano mayor, que al vivir en el extranjero, no tenía muchas oportunidades de verle; conocí a la novia del mediano, ya que aprovechó el evento para oficializar su relación. Todo era idílico, hasta que se nos invitó a pasar al salón, no sin antes consultar el sitting.

Se olvidaron de nosotros

No estábamos en el sitting. Lo repasé como 50 veces, sin exagerar. No estábamos. Ni yo ni mis cuatro hijos ni mi marido. Mi hermana se había olvidado de nosotros.

Lo consulté con la organizadora de la boda, pero ella no tenía ni idea de nada. Los novios eran los responsables de gestionar las mesas y nosotros nos aparecíamos en ninguna. Traté el tema con mis padres, ya que no quería molestar a mi hermana; ellos mismos me recomendaron tratarlo con mi hermana, por lo que no me quedó más remedio.

Soltaron varios “¡uy!”, “vaya marrón”, “no sé qué ha podido pasar”, aunque ningún “lo siento”. Tras conocer el alcance de lo sucedido y que el remedio sumaba unos 800 euros a la factura final, mi hermana y su (ya) marido nos invitaron… a marcharnos.

Nuestra economía va de “ajustada a muy ajustada” y ya habíamos hecho un esfuerzo brutal en regalarles el viaje; de esta manera, yo no podía permitirme pagar los 800 euros para quedarme al banquete. Ellos tampoco quisieron, así que no nos dieron otra alternativa: nos tuvimos que ir.

Aún me duele.

 

Historia escrita por una colaboradora basada en la historia real de una lectora.