En las últimas décadas, al fin, ha vuelto a normalizarse la lactancia materna y se han empezado a investigar los beneficios que tiene, no solo a nivel nutricional, si no también el papel que juega a nivel emocional y cómo puede ayudar a establecer un apego seguro. Ahora, además, se sabe que la leche materna sigue aportando un montón de nutrientes más allá de los primeros meses de vida y que a nivel evolutivo puede ser beneficioso. Seguramente algunas me leeréis y diréis “Pues yo tomé biberón y no tengo ningún trauma y bien sana que estoy”, y seguro que tenéis razón, además de que es una decisión que yo creo que es absolutamente individual, quiero decir, que debe tomar la mamá sola, sin la opinión de nadie más; ya que, para bien o para mal, le va a influir a ella y a su bebé más que a nadie más en el mundo. Pero esto no significa que no sea una opción válida, saludable y con múltiples beneficios, tanto para el bebé como para la madre. 

¿Cuál es el problema? Pues que vivimos en una sociedad que lo que mejor sabe hacer es criticar, y si puede ser a una mujer, y si aun encima esa mujer es madre, pues ya todo es campo para que las críticas corran alegremente a sus anchas. Una vez que tienes un retoño verás como empiezan a aparecer personas que serían mejores madres que tu para tu bebé, personas sin hijos, señoras mayores, incluso (por supuesto) señoros. Y claro, si al gusto que siente la gente por opinar, le pones las cosas fáciles sacándote la teta allá donde tu criatura tenga hambre, créeme, estás perdida. Pero cuando estás más perdida aun, si cabe, es si se te ocurre seguir dando pecho a un pequeño o pequeña que ya camina, pero es que si habla ya… Eres una vaga por no preparar biberones, una hippie por andar con la teta al aire y dejar a tu bebé como si fuera un… ¿mamífero?, que si una descarada, que si crías a un bebé dependiente (no como los de biberón, que nacen con dos carreras y un máster), que si eres demasiado abnegada y la maternidad te nubla tu persona… Y lo mejor es que, aunque sean acusaciones contradictorias, te las puede soltar la misma persona en la misma conversación y sin pestañear. 

Con mi última bebé, hace pocos días que recibí un buen rapapolvo de una pareja de señores mayores próximos a la familia que, cada vez que me veía recién parida, me preguntaban “Le estarás dando pecho, ¿no?”, pues ahora dicen que la niña no crecía porque como estaba todo el rato conmigo estaba muy absorbida (que con el peso que he ganado, me encaja, debía estar yo engordando lo mío y lo de la niña) y que con tanto cuento de darle teta no iba a crecer más. Y por más que intentase explicar que la niña comía de todo, que lo que pasaba era que tenía un problema metabólico, me decían “Nada, nada, eso es de tanta teta y tantos brazos. Una buena jornada de guardería y se le pasa la tontería”. Y ahí estaba, una vez más, culpa mía todo lo que le pasaba o podía pasar a la niña.  Sin más discusión, sin juicio ni jurado, ya era yo la única culpable. Jamás se planteó que el padre tuviera lo más mínimo que ver en el tema, eso jamás. A nada que cambie un pañal o salga con la bebé a comprar el pan ya es el padre del año. 

Aun no tenía dos semanas la niña cuando ya había tenido que contestar al menos 5 veces a LA PREGUNTA: ¿Hasta cuándo piensas darle la teta? Y como contestar “hasta que me salga del coño” está mal visto, al parecer, pues intentaba explicar, con la asertividad que no había recibido, que no tenía pensado una edad en concreto y que ella y yo iríamos viendo cuando ya no queríamos más. Las caras de alguna gente fueron un poema. Desde gestos de sorpresa mezclados con asco, hasta desprecio con risotada y, cómo no, los consejos no pedidos de quien, obviamente, lo haría mejor que yo.  

Mi hijo mayor dejó el pecho cuando notó que me lastimaba estando embarazada de su hermano, tenía casi tres años y fue demasiado consciente del sufrimiento que yo pasaba. Con mi hijo mediano hubo un montón de complicaciones que impidieron una lactancia feliz y, a los pocos meses, ya no quería saber nada de la teta. Por supuesto fui criticada por no darle pecho, porque además, al ser el segundo, era un tema de que ya no me importaba tanto como el primero, y otras lindezas igual de despreciables. Que no me quería esforzar lo mismo, que tenía claro cuál era el favorito… No sabían cuánto tenía llorado en mi casa, con las tetas chorreando y llenas de heridas, mientras mi bebé se negaba a succionar. 

En esta ocasión estamos a punto de cumplir dos años de lactancia exitosa y feliz, claramente juzgadas por la sociedad, pero una tiene ya callo y no se calla. Y ahora disfruto de incomodar con mi ceja derecha alzada y mi teta izquierda fuera mientras mi hija, que ha decidido posponer al máximo lo de soltarse a hablar, dice claramente sus dos sílabas favoritas “TE-TA”. 

 Luna Purple.