Hace meses de ese día. Del momento en el que en un alarde de sinceridad nos desnudamos las almas. Con el miedo a que el otro no entendiera lo que estábamos mostrando. A salir huyendo. Con el miedo al rechazo. A que el otro cerrara la puerta a la que habíamos estado llamando tanto tiempo con disimulo

Y no fue así. Es cierto. Pero una vez puestas las cartas sobre la mesa, ninguno de los dos decidió iniciar la partida. Y aquí seguimos. Haciéndonos trampas al solitario. Porque a veces, cuando somos incapaces de gestionar lo que sentimos, nos paralizamos. Nos dedicamos a ver la vida pasar. Esperando que todo fluya. Pero nos olvidamos de que para que las cosas fluyan, necesitan de una fuerza que las impulse.

Pero hoy no. Hoy he decidido empezar la partida que deberíamos haber empezado hace tiempo. Así que me he arriesgado y te he llamado.

  • ¿Quedamos en el bar de siempre?
  • Claro, ya sabes que contigo donde haga falta.

Has llegado tarde. Como de costumbre. Y aunque odio las esperas, se me pasa en cuanto me ves y me absorbes en uno de tus abrazos.

Desde fuera debemos parecer dos simples desconocidos. Desde dentro somos dos presas contenidas a punto de desbordar. Y los dos lo notamos, lo sabemos. Porque a estas alturas sabemos leernos entre líneas. Nuestros cuerpos hablan lo que nuestra boca es incapaz de verbalizar. Muestran lo que nuestra parte racional no es capaz de controlar. Los cuerpos inclinados el uno sobre el otro. Mi mano sobre tu brazo más de la cuenta. Tu mano sobre mi rodilla. Tus ojos viajando entre mi cuello, mis ojos y mis labios. El triángulo de las bermudas que será tu perdición. Y la mía.

Y de repente el silencio. Nuestra mirada decidida. Yo sonrío y me inclino más hacia a ti. Y te hago la pregunta de la cual ya sé la respuesta:

  • ¿Qué quieres?
  • Ya lo sabes.
  • Pues hazlo.

Y te lanzas a mis labios. Con desesperación. Y las dos presas contenidas han entrado en autodestrucción y ya no hay quien las retenga. Tantos meses de dudas, de miedos, de inseguridades, de deseos contenidos, llegan a su fin. Ya no hay vuelta atrás.

  • ¿Y ahora qué? – Me preguntas.
  • Ahora, mi amor, que empiece el baile.