Cuando eres una cría inexperta en el amor, acabas pasando por alto muchas mierdas en el amor. Eso me pasó a mí.

No cuento mi historia para que me deis la razón. Soy consciente de que cuando una pareja tiene problemas, suele ser responsabilidad de ambos. Yo sufrí, él sufrí, quise que cambiase, y al final acabé cambiando de novio.

Cuando yo comencé a salir con mi novio, ahora ex, me mostré tal cuál era. No me avergonzó admitir mis inseguridades, confesar mis malas rachas y llorar delante de él. Quería que me conociese tal y como yo era.

Con el tiempo descubrí que él no era capaz de ponerse en mi lugar (ni en el lugar de nadie que hubiese padecido algún trastorno psicológico). Pensaba que las personas con depresión no eran lo suficientemente fuertes y que la ansiedad era una exageración. Siempre decía “a mí nunca me pasará” y yo le aconsejaba no escupir hacia arriba. En el fondo su falta de empatía hacia la depresión y la ansiedad me dolía mucho, pero con el tiempo dejé de hablar de este tema con él para evitar decepcionarme.

Los años pasaron y yo le conté mis planes de futuro. Quería casarme con él y tener hijos. Su respuesta era “en un año lo hablamos”. Así pasamos 8 años de relación, posponiendo lo inevitable.

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Lo mismo sucedía con las mascotas. Yo quería adoptar un gato, él los detestaba. Yo quería viajar más, él nunca tenía tiempo. Yo quería ir a restaurantes nuevos, él prefería los que ya conocíamos.

Con el tiempo dejó de hacerme ilusión la boda, dejé de querer adoptar un gato con él, dejé de buscar viajes, dejé de recomendarle restaurantes nuevos. Dejé de amarle. Cuando lo dejé su respuesta fue que sí quería casarse conmigo y tener hijos, que quería adoptar un gato, que nos iríamos a mil sitios de viaje y que probaríamos muchos sitios nuevos. Era tarde. Yo ya no quería que cambiase por mí en la prórroga del partido.

Pasó el tiempo y conocí a otra persona que quiere hacer todas esas cosas conmigo, que entiende mi pasado, que me apoya en mis momentos de ansiedad y que cuando no puedo salir de la cama me da fuerzas.

Hoy me doy cuenta de que las personas sí pueden cambiar, pero no por obligación. Nadie es dueño de nadie y sólo somos capaces de cambiar cuando de verdad queremos, no por imposición de una pareja, un amigo o un familiar.

 

Anónimo