Todas las chicas gorditas (todas las chicas en general, pero si te han pisoteado por gorda, pues aún más) sabemos lo importante que es ser fuerte y plantarle cara a las cosas sin tener miedo de lo que pueda pasar. Pero ay, cuando tienes una amiga a tu lado que sabes que no te va a fallar, algo en tu cabeza te dice “aunque todo vaya mal, estamos juntas”. Y así es, pasas años y años junto a tu mejor amiga, pasando horas la una en casa de la otra después del colegio, jugando a ser doctoras, cocineras, niñeras, profesoras… daba igual, porque estabais juntas y eso ya lo hacía especial.

Vivías junto a ella el drama de los granos, las gafas y el aparato a los 12 años, y todo eso unido hacía que os sintierais horribles, pero estabais juntas, eráis inseparables y nada más importaba. Habéis ido a los recreativos, a la bolera, al cine y a cualquier maldito sitio en busca del chico guapo de clase, habéis vivido vuestros primeros fashion dramas cuando alguna os miraba mal por la calle, os habéis vestido a juego para ir a las fiestas de tu pueblo, habéis criticado a amigas, a las no tan amigas y a las enemigas a diario. Os habéis enfadado y reconciliado en la misma hora… y nunca nada cambiaba, erais indestructibles juntas.

Pero de repente, las hormonas, las ganas de salir con chicos, las fiestas, las amigas, la popularidad y las apariencias os separan, porque ella piensa que tú no eres suficientemente guapa/delgada/lista… para pertenecer al grupo de los “guays” de la clase, y ella anhela ser parte de él. Así que te rechaza y hace como que no te conoce. Te humilla y se avergüenza de ti. Y entonces, esos sueños de ser dama de honor de la otra, madrina de sus hijos, vivir juntas… se esfuman. La gordita vuelve a tener que hacerse la fuerte, tiene que plantarle cara a los demás y mirar a su antigua mejor amiga como si se la sudara, porque en el fondo vale mucho más que ella, pero aún no lo sabe.

A ti, que eras mi otra mitad, que fuiste mi hombro sobre el que llorar, que sabías todos mis secretos y que dormías día si y día también en mi casa. A ti, que fuiste mi primer desamor, porque fue la primera vez que lloré porque alguien me dejara y porque eres la primera causante de mi falta de confianza en los demás. A ti, que aunque llevo sin verte desde el final del instituto me arruinaste la adolescencia e ignoraste mis llamadas de socorro y mis intentos de volver a ser lo que éramos. A ti, que el fondo debería desearte el mal por hacerme una infeliz en mis mejores años, solo te digo que espero que nunca nadie le haga a tus hijos lo que tú me hiciste a mi, y te lo digo porque yo, la gordita a la que arrinconaste, vale mucho más que tú, y ahora lo sé.

Una chica curvy