Pues ahora que tengo vuestra atención, lo repetiré: adelgazar es una mierda.

Lo he hecho y puedo darme el lujo de gritarlo a mandíbula batiente, y además, lo voy a argumentar. Uno puede pensar, cuando se mete en el plan de perder peso, vida ‘sana’, deporte y demás, que el resultado será positivo. Controlará algún problema que tuviera, se ahorrará el extra por el alargador de cinturón en los aviones, podrá ir a comprar ropa a las tiendas de Amancio… inserte aquí opción a escoger.

La realidad, sin embargo, es que adelgazar no es una meta. Ni una carrera con final. Perder peso no es un libro que lees, acabas y cierras, porque amiga mía, puedo confirmarte, y te confirmo, que es una pesadilla de la que no te despiertas.

¿Cómo puedo decir esto, si a priori todo parecen ventajas?

Para empezar, cuando pierdes peso, dejas de ser tú, con nombre, apellidos, DNI, estudios o trabajo. Cuando adelgazas, eres ex gord@. Te reduces, como tu índice de grasa corporal, a eso.

Al principio todo el mundo valorará tu esfuerzo, tu empuje, tu gran capacidad de perseverancia. Llegan las ropas distintas, las tallas disminuyen, los análisis salen mejor, tus objetivos y motivos personales para perder peso se van cumpliendo… y el mundo entero es un arcoiris poco calórico de posibilidades. Las puertas de Inditex están más cerca, y te prometes no cruzarlas porque… si antes no podía ahora NO ME DA LA GANA.

No, Amancio. Ahora no quiero tu chaqueta amarilla.

Las cosas van bien, ¿no? Pues no.

Como he dicho antes, el proceso no termina nunca. Aunque consigas lo que buscabas, y des por acabado el padecimiento que siempre supone cambiar tu alimentación o variar tu día a día, no encontrarás un fin.

La gente no te dejará hacerlo. Te juzgarán con miradas y comentarios si te ‘pillan’ saliéndote del plato en algún momento. Opinarán sobre lo que haces mal o se mostrarán decepcionados si consideran que ya has perdido el interés.

Frases como ‘con lo bien que ibas’, ‘ya decía yo que no ibas a durar’ o ‘hasta mucho habías aguantado’ te llenarán más el estómago que la pizza barbacoa a la que has renunciado. Y ya no habrá felicitaciones ni buenas palabras, sino agobio y estrés para que hagas más, consigas más, bajes más, pierdas más.

Adelgazar es una mierda. Es una trampa. Un callejón oscuro y frío que por más que toques con tu varita mágica no se abrirá a nada mejor. Lo peor que puede pasarte es adelgazar, porque inmediatamente, el miedo generalizado será uno solo y único: QUE VUELVAS A ENGORDAR.

Pequeños triunfos personales que antes te alegraban el día, ahora se deslucen porque ‘no es suficiente’

Eso puede llevar a que la imagen que tienes de ti, se desvirtúe.

No vas a poder disfrutar de lo obtenido porque el fantasma de la gordura siempre planeará en tu cabeza, acechándote, acosándote. Te lo recordarán, te amenazarán con ello cuando pellizques un trocito de turrón provocando de forma inconsciente que te sientas culpable, mal y perdedora por salir del estricto confinamiento de la dieta en alguna que otra ocasión.

Con mi experiencia puedo decir que el norte llega a perderse. Hay momentos en los que todo gira alrededor de la pregunta ¿puedo comerme eso o será el principio de volver a lo de antes? Y no merece la pena. Nada merece la tristeza y la sensación de inutilidad que se apodera de ti cuando crees que has fracasado. ¡Es mentira! 

Tus metas y objetivos no son comparables con los de nadie. Nadie puede decirte hasta cuando seguir, cuando parar o cómo de dura debes ser contigo misma.

El miedo no es recuperar el peso, ni estancarte, ni siquiera perderlo lentamente, el miedo está en dejar de ser tú misma, en permitir que te condicionen, y en dejar que conviertan algo que solo os incumbe a tu cuerpo y a ti, en un tema público.

Sigue tu propio criterio, consulta solo con especialistas, y si te sientes bien y estás bien, si es lo que querías, si  TÚ estás satisfech@ entonces HAS ACABADO.

Foto de portada: Escena de la serie ‘THIS IS US’