No sé cómo empezar esto, ni cómo escribirlo. No sé si lo leerá alguien o si sólo lo guardaré para releer en alguna ocasión. Lo que sí sé, es que lo necesito.

Lo necesito porque estoy cansada. Todo es una montaña rusa de subidas y bajadas. Estrés y descanso. Tristeza y alegría. Buenos y malos días. Pero llega un momento en el que necesitas parar, y este es el mío.

Estoy cansada de odiar mi cuerpo y por ende a mí misma. A veces entramos en rutinas de  las que no somos conscientes, pero son largas, y en muchos casos dolorosas. Mi peor rutina es el auto sabotaje al que me he estado sometiendo muchos años:

Odiar mi nariz porque es grande, está torcida y no es chata y «femenina». Odiar mis dientes porque son pequeños y redondos y no blancos, rectos y cada uno perfectamente colocado en su sitio. Odiar mis pechos por ser demasiado blandos y caídos, y no tersos y respingones. Odiar mis brazos por ser gordos, y no finos y esbeltos. Odiar mi barriga por ser grande, gorda y tener estrías, y no tersa, plana y sin una mínima marca. Odiar mis piernas por ser, al igual que el resto de mi cuerpo, gordas, por tener celulitis y venas muy marcadas o porque los poros de los pelos se noten y se vean rojos aunque me hubiese depilado hace mil días. Odiar mis dedos pequeños de los pies porque están  ladeados y son raros. Odiarme entera, odiarme al verme y al no verme. Odiarme hasta el exceso, asquearme. Y llorar mucho por ello.

Me metía en rutinas, en las que incluso sigo, porque ya están automatizadas. Como por ejemplo, compararme con todos y cada uno de los cuerpos de mujeres que veo, e incluso hasta alegrarme y «quitarme un peso de encima» cuando veía un defecto mucho peor que los míos.  ¿Pero qué cojones estoy haciendo?

11280166_1675344412680913_557512552_n

Estoy cansada de perderme grandes momentos y planes por tener un cuerpo que odio. Porque sí, me he inventado mil y una excusas para no ir a piscinas con amigos, salir de día en verano para no tener que ponerme pantalones cortos… Pero sobre todo estoy cansada de odiarme. Porque aunque parezca que consigo algo, que consigo así encajar en lo que otros quieren que encaje, al final la única que se va a la cama triste soy yo. La única que llora por verse en esa situación soy yo. Pero porque duele. Duele odiar algo que sabes que deberías querer. Porque hay gente que te quiere, ¿por qué tú no?

Quizás podamos culpar a miles de actitudes, situaciones, comportamientos, tendencias, sociedad… Sí, podemos culparles. Pero yo me sigo odiando igual. Y ellos van a seguir igual.

Esto no es un escrito sentimental, es un escrito de «¡Basta ya!», no con ellos, conmigo misma. Basta porque yo no elijo a las personas por su físico, las elijo por cómo son por dentro. Las elijo porque me enseñan a vivir, a reírme, a respetar, a tolerar, a ser responsable y a perder el miedo, entre otras miles de cosas. Las elijo porque aprendo de ellos y porque quiero elegirles.

Y al igual que yo veo la belleza en cada uno de ellos, ellos la ven en mí y me quieren en sus vidas. Y, fíjate, quepo en ellas con todos mis defectos.

Son pequeños pasos para aprender a entenderte, a superarte, a perder miedos, superar obstáculos que, en esta vida no van a ser pocos. Yo por ahora me quedo para mí los que he podido conseguir y me recuerdo uno que parece que a veces se me olvida: quiérete como tú quieres a los demás y si se puede, más, pero quiérete mucho. Porque me costará y me cuesta, pero ya sé que no quiero esto más. Porque todos tenemos nuestros problemas, nuestros miedos, nuestras inquietudes y malos momentos, días, meses o años.

Pero durante y al final del día somos personas.

Macarena Ruiz

 

En las fotos: Loey Lane