Días señalados como este sirven para reivindicar derechos. Hoy en día son muchas las mujeres que en todo el mundo no los tienen. Quizá pensemos en lugares lejanos, como  la India, que está viviendo un momento terrible de abusos hacia las mujeres. Pero no hace falta irnos tan lejos para hablar de desigualdad. Durante siglos la mujer ha jugado un papel secundario y, aunque hoy en día luchemos por la igualdad, en muchos hogares esta es la realidad.

Sólo nos hace falta poner las noticias de este nustro país para oír que han sido asesinadas a mano de sus ex parejas o parejas decenas de mujeres en lo que llevamos de año. Cada vez más mujeres que acuden al Centro de Información a la Mujer (CIM) para pedir ayuda. Quizás no nos demos cuenta, pero convivimos con muchas mujeres en esta situación. Mujeres que no salen de casa sin el permiso del marido, mujeres maltratadas física y psicológicamente. No es una experiencia nada agradable. Ni para ellas, ni para sus hijos.

Me gustaría contar una pequeña historia. Una historia real. Una niña que creció en un ambiente de malos tratos. Ella veía cada día como su padre le pegaba por cosas tan insignificantes como cambiar la tele de canal. Veía a su madre, anulada por el maltratador, como a una persona lejana. Sólo estaba con ella en el trayecto de casa al colegio y en las comidas. Nunca jugaba con ella. Tenía que obedecer órdenes de un tirano jefe. Los insultos y los gritos eran el pan de cada día. Hacia ella, su madre y su abuela materna. Su padre solo se acercaba para pegarle. El resto del tiempo pasaba de ella. La única que jugaba y le dedicaba tiempo era su abuela. Aunque suene extraño, para ella todo era normal. No era consciente de esta situación. Interiorizó un pequeño rol, el de pegar a los demás cuando se enfadaba. Lo mismo que su padre hacía con ella. Esto le trajo problemas en el colegio, ya que sus compañeros pasaban de ella e incluso la insultaban y la despreciaban. La niña fue creciendo con este problema. A los 13 años quiso dejar de hacerlo, sin entender por qué era malo. Sólo sabía que una profesora a la que apreciaba se había enfadado con ella. Le costó, pero a los 15 casi lo había dejado por completo. Pero sus compañeros siguieron metiéndose con ella. Buscaba el cariño y la atención que no recibía en sus profesores, pero estos acabaron por cansarse. Cuando tenía 14 años, empezaron los trámites del divorcio de sus padres, lo cual ella vio como algo terrible. Basta con mencionar una jarra de agua rompiéndose contra el suelo para imaginarse el ambiente en casa. Tras insultos, gritos y amenazas, se divorciaron año y pico después. Las amenazas siguieron bastante tiempo. Su madre empezó a recibir ayuda psicológica y cambió de forma de ser gradualmente. Luego llevó a la niña. La primera vez que oyó lo que había pasado en su casa, su cabeza no paró de negarlo. Era imposible que aquello hubiera sucedido. Hoy aún le cuesta asimilarlo. Pensaréis que con el divorcio acabaron sus problemas, pero no fue así. Hoy en día tiene algunos problemas psicológicos y emocionales, derivados de su infancia. Entre ellos, le cuesta hablar con los demás y hacer amistades. Aún tiene miedo a un señor que dice ser su padre y tener derecho a verla. Ella lo odia y se siente fatal por hacerlo. Sé que parece increíble, pero es así. Evita verlo, pero lo tiene día sí y día también en un caseto enfrente de su casa.

Con esta historia pretendo mostrar al mundo lo que pueden llegar a sufrir los hijos de las mujeres maltratadas. Imaginemos lo que deben sufrir sus madres viviendo todo esto y sin poder hacer nada, ya que están anuladas. Tienen miedo. Por eso muchas no piden ayuda. Esta tuvo suerte, ya que su ex quiso irse con otra y le pidió el divorcio, aunque con amenazas e imposiciones. Pero al fin pudo lograr escapar.

Por eso es tan importante un día como hoy. Para que todos luchemos por los derechos de las mujeres de todo el mundo, porque aún queda mucho camino por andar.

Julia Prieto