VOLUMEN I

 

Con treinta años (o los que quieras), una vida que empieza a estar asentada (o no, ¿quién sabe?) y toda la independencia del mundo (que quien dice toda, dice la mitad) un buen día decides que es el momento, que hay que lanzarse a la piscina y aumentar la familia, criar un churumbel con todo lo que ello conlleva. Vamos, lo que habitualmente conocemos como “instinto materno”.

Nadie, y creedme porque es cierto, NADIE os va a preparar para todo lo que trae consigo la maternidad, para ese mundo nuevo que se abrirá ante cualquier mujer una vez que ha llegado a casa con su precioso bebé debajo del brazo. Podemos estar listas para las contracciones, para el parto e incluso para los primeros días de nuestro retoño, pero para todo lo demás, jamás. Y no me malinterpretéis, no quiero ser agorera, pero tras dos años en esto de la maternidad todavía sigo alucinando con el entramado que se ha formado alrededor de la crianza de los niños.

Punto número uno, amiga, intenta no entrar en grupos de crianza. Sé que si te gustan las redes sociales como a una servidora lo harás, y errarás igual que yo lo hice en su día. Hay cientos de grupos, miles, muchos de ellos comandados por mujeres madres-alfa que desde el principio te avisarán de que en ese, su espacio, no se aceptarán según qué opiniones; que su grupo es muy abierto y muy idílico pero cuidado con pasarte en según qué creencias (sobre todo en torno a la alimentación de los chicuelos) porque te ponen de patitas en la calle en seguida, no sin antes pegarte un par de ciber-ladridos del tipo “¡mala madre!, ¡fuera de aquí!”. Tampoco voy a generalizar, que también hay espacios magníficos, sobre todo donde las chicas dicen de llamarse directamente Malas Madres a sí mismas, ahí puedes pasar un buen rato e incluso aprender, pero cuidadín porque la sombra de las madres-alfa es alargada y aparecen cuando menos te lo esperas. ¡Ya aviso!

En segundo lugar, haz lo que salga de ti, de tu instinto. Que al final no dejamos de ser mamíferos, animales, y no todos los bebés son iguales. Te van a llenar de fotocopias con mil apuntes sobre cómo alimentar, cómo dormir, cómo calmar… a nivel informativo es genial, pero intenta no desesperarte si ves que tu retoñito no cumple a rajatabla todo lo que te dicen. “Es que mi hijo con tres meses sólo toma 120 ml de leche”, bueno, y yo peso 100 kilos y no me doy comido una pizza entera mientras mi marido con 70 kilos sí que puede hacerlo. A muchas madres nos terminan convenciendo para embuchar a nuestros hijos, pobretes ellos, yo solo de imaginarme que a mí me metan un embudo en la boca y me alimenten sin límites aunque no tenga más hambre… Ufff, voy a dejar de pensarlo que me ha dado una arcadita.

Los primeros meses de madre primeriza somos mucho más susceptibles, puede que el cóctel de hormonas y sentimientos encontrados sea el culpable, o el vernos en una situación que jamás hemos vivido y, ¡oh, sorpresa!, donde la vida de un ser humano depende de nosotros.

A lo que voy, que no nos coman la cabeza. Que si porteo, que si silla, que si teta, que si leche de fórmula… Vas a vivir tantas indecisiones como grande es el Sol, y te equivocarás mil veces como nos ha pasado a todas, y ahí siguen nuestros hijos, creciendo fuertes como robles. Quizás con algún chichón que otro, o después de alguna cagada antológica tipo “se me olvidó ponerle el pañal al vestirlo”, pero te acordarás y te reirás lo más grande, doy fe.

Alba Polo