Metidos de lleno en el invierno pocos niños se libran de las famosas -itis: gastroenteritis, bronquiolitis, laringitis, faringitis, sinusitis, otitis, etc. Para una madre trabajadora, tener los peques malitos es una de las mayores pesadillas a la que se puede enfrentar. En los países nórdicos los padres tienen derecho a 12 días al año de baja laboral para cuidar de sus hijos enfermos. Aquí nos las tenemos que ingeniar como cada uno pueda para que nadie note que nuestros niños están malitos y por supuesto ni se nos ocurre cancelar una reunión o cualquier acción profesional para quedarnos en casa al cuidado de los vástagos. Un drama. Sálvese quien pueda.

Un día, sin previo aviso, el peque en cuestión se despierta en plena noche vomitando. Desastre mayúsculo: cama, sábanas y pijama inservible. Niño vomitado de pies a cabeza. Le bañas como puedes cual zombi, le secas y le pones un pijama limpio. Buscas entre una montaña de ropa otras sábanas limpias para poner en la cama del peque y no las encuentras. Le metes contigo en la cama a la desesperada por dormir algo. Mañana será otro día.

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Te pasas el resto de la noche maldurmiendo como puedes, con el niño sudando la gota gorda pegado a ti, mientras rezas para que simplemente le haya sentado mal la cena y no sea nada. Aunque tu sentido arácnido de madre te dice que la cara del peque no pinta nada bien, te auto convences pensando que los niños son de hierro y mañana estará bien. Porque mañana tienes una reunión de vida y muerte a la que tienes que ir tú sí o sí. Maravillas de la Ley de Murphy.

El niño se despierta medio con diarrea. Tiene unas décimas pero no llega a ser fiebre relevante. No tiene ganas de desayunar. El niño no está bien, pero tampoco está malísimo. Aquí la cuestión: ¿le llevas a la guarde? ¿te quedas con él? Si te quedas con él tienes que cancelar la reunión a última hora, que resulta ser la más importante del siglo y sabes que tu jefe te la va a liar pardísima. Va a poner en duda tu profesionalidad y va a ser un punto más en contra tuyo en tu cruzada por demostrar que puedes ser madre y que no se vea mermada tu profesionalidad. No puedes contar con abuelos ni allegados. No hay tiempo. Miras al niño de nuevo. Está jugando como si nada. Le enchufas un poco de Apiretal y te la juegas: le llevas a la guardería y que sea lo que dios quiera.

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Dejas al peque en la guardería con una cara de pena que es un poema. Está malito y tú conciencia te está martirizando sin compasión. Haces de tripas corazón y avisas de que el niño no ha pasado buena noche y que anda flojito. Las cuidadoras te miran con cara de pocos amigos. Conoces perfectamente la ley de la guarde: si el niño tiene fiebre o un cuadro vírico, tienes que dejarlo en casa.  Te la estás jugando.

Te vas corriendo a la reunión de turno. A pesar de la noche de perros que has pasado, en la que no has dormido ni dos horas seguidas, concentras todos los sentidos en que el encuentro sea un éxito. Suena el teléfono. Estás en plena presentación y no puedes cogerlo. Se te encoje el corazón. Tratas de agilizar la reunión en la medida de lo posible. Parece que todo fluye y tanto clientes como jefes están satisfechos. Respiras aliviada. Todavía queda un buen rato de reunión y vuelve a sonar el móvil. Vuelta de campana del corazón. Esta vez sales de la sala y lo coges sin mediar palabra:

  • ¿Diga? – el corazón a mil por hora
  • Sí, ¿la madre de Pepito Pérez? – mierda, la llamada más temible del planeta ya está aquí
  • Sí, sí, dime – disimulando
  • Pepito lleva toda la mañana vomitando y con fiebre. Está fatal. ¿Puedes venir a por él? Así no puede estar – penita nivel máximo
  • Vaya, salgo ahora de una reunión y ahora mismo voy para allá. Gracias – quieres morir

Te retiras con discreción y le comentas a tu jefe que tienes que ir a buscar al niño a la guardería, que está hecho polvo con gastroenteritis. Te mira mal. Sabes que te está cuestionando de nuevo, pero es todo lo que puedes hacer. Decir adiós y te vas corriendo a por el enano.

Paras el primer taxi que ves como alma que lleva el diablo y vas como loca a por el enano. Cuando llegas las cuidadoras te vuelven a mirar mal y te dicen que has tardado mucho. El peque se agarra a tu cuello como si no hubiera mañana.

Te lo llevas a casa pasando antes por urgencias pediátricas y aprovisionándote de manzanas, suero y Aquarius a tutiplén. Te pasas el día en casa limpiando cacas y vómitos, poniendo lavadoras una detrás de otra mientras lavas sábanas y chequeas el mail de curro y atiendes llamadas.

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Llega la noche y empiezas a vomitar tú. Mierda.