Hace pocos días estuve conversando con unas amigas sobre un postre llamado Trifle. Hablar de ese postre me llevó a entrar a mi Facebook en busca de una foto de aquel postre que yo hice alguna vez, en el 2013, cuando fui a Madrid a estudiar mi máster. No sé bien por qué quería ver aquella foto, aunque supongo que fue simplemente para recordar. Y como la buscaba de adelante hacia atrás (comenzando aproximadamente en agosto de 2014, porque sabía que la foto era de cuando estaba en España, es decir entre septiembre 2013 y agosto 2014), inevitablemente recorrí – foto a foto – lo que significó para mi ese período de mi vida.

Esos meses no fueron «normales» para mí, sobre todo al inicio, porque me tocó irme a Madrid, al otro lado del mundo, sólo 3 semanas después de que mi papi falleciera de forma repentina.

Evidentemente fue una de las decisiones más difíciles que tuve que tomar en mi vida. Estuve asiiiii (deditos muuuy juntitos) de no irme. Estuve asiiiiiii de rechazar la beca que tanto busqué y quedarme en casa, a pesar de ya haber dejado mi trabajo, a pesar de ya tener todo confirmado, a pesar de la inmensa ilusión que me hacía – hasta el día anterior al terrible suceso – la idea de vivir esa experiencia.

Si hoy me lo preguntan, aún no estoy segura de cuál fue la razón determinante que me llevó a tomar la decisión definitiva. Creo que ni siquiera hubo una razón. Simplemente fue «algo» en mi interior que me repetía que ese era mi camino, que no lo deje, que no lo cambie. No voy a hablar aquí de lo que fue el proceso entero de llegada y adaptación a mi nueva vida en Madrid, pero sí puedo decir que las primeras semanas me arrepentí cada día de haberme ido.  Y anhelé enormemente el retorno a mi país.

Pero siguiendo con la revisión de las fotos, llegué a una muy importante. Aquella en la que – siendo 16 de diciembre y habiendo transcurrido 3 meses desde la muerte de mi papi – aparecía yo con él. Y al lado le había yo escrito un párrafo tan profundo, tan salido del corazón, que aún hoy, más de 3 años después, me remueve todo leerlo. Y bajé a ver los comentarios de aquellas personas que se tomaron unos segundos para escribirme, y encontré a mis amigos de siempre y a mis nuevos amigos en Madrid, y recordé como esa soledad que sentí al inicio se fue llenando tan fácilmente cuando nuevas personas me abrieron su corazón. Y ya no volví a arrepentirme de haberme ido.

Porque a donde quería llegar con todo esto es que viendo las fotos de facebook pude recordar en cada imagen todo ese proceso que viví, esa evolución en mis emociones, en mi soledad y en mis miedos, y el papel determinante que jugaron todas las personas que tuve la dicha de conocer durante ese viaje: mis grandes amigos, y mi amado esposo.

Ese esposo que me lleva a mi análisis final, ese análisis al que quería llegar desde el inicio de este post: TODO sucede por algo. Quienes me conocen saben que soy muy escéptica, que nunca he creído en el destino ni que haya algo escrito. Mi respuesta a todo siempre fue: COINCIDENCIA.

Pero hoy me veo obligada a cambiar radicalmente esa perspectiva. Hoy aún no sé por qué me fui en aquel entonces; menos si fue por las razones correctas. Pero ahora sé que tenía que irme para que mi vida siguiera el destino que finalmente sobrevino: encontrar a la persona con la que hoy comparto mi vida. ¡Nada menos, miren ustedes!

Y si ya antes de conocerlo sentía que irme había valido 100% la pena – pues hoy aún no me imagino lo lamentable que hubiera sido haberme perdido todas las experiencias que viví y todos los amigos que conocí – hoy 17 de enero solo puedo repetirme que fue la mejor decisión de mi vida.

No sé qué sigue ahora.  Pero mirando esas fotos, y luego muchas más, de mucho más atrás (sí, llegué hasta el 2011 creo!) me queda claro que cada día puede cambiar totalmente nuestro destino, así sea por la sonrisa de una persona que te recuerda que al final, todo se va a acomodar y va a volver a estar bien.

Karen Torres