Vengo a contaros lo que me ha pasado hoy, bueno, hace 10 minutos, porque acabo de bajarme del tren y voy calentita…

Llevo ocho años trabajando en el mismo sitio. Cansada de la rutina y de la monotonía, he decidido hacer algo de provecho y me he apuntado a un curso de fotografía (¡bien por mí!). Mi vida se ha complicado un pelín, porque tengo que dividir mi jornada entre curro y clase.

Los días que tengo clase, mi día se reparte así: Salgo de casa a las 9 de la mañana, abro la tienda a las 10, salgo a la una y media, me meto en todo el centro de Madrid para llegar a clase de 3 a 6 de la tarde, de nuevo metro, tren y bus para llegar al trabajo a las siete y media, cerramos a las 10 y hasta las 11 no llego a casa. Completito.

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La cuestión es que sólo puedo comer un triste sandwich en el tren. Un sandwich que me como deprisa y casi a escondidas, porque claro, estoy gorda, y ya se sabe lo feo que es ver a una gorda comiendo en público.

Hoy, en un intento de mejorar mi estado de ánimo y olvidar la superhipermegadiscuión que tuve ayer con mi chico, el sandwich lo he acompañado de un muffin de chocolate. Comiéndome mis emociones.

Y ahí estaba yo en el tren intentando disfrutar de mi pequeño paraíso chocolateado cuando se ha montado un crío en el tren. Un crío de unos 18 años. Y se ha sentado enfrente. Y cada vez que sonaba el envoltorio de papel, su mirada acusadora se me clavaba. Cada vez que me llevaba un pellizquito de bollo a la boca, negación con la cabeza. Que ha llegado un momento que miraba tan fijamente que me han dado ganas de decirle «oye, ¿tienes hambre?, ¿quieres un poco?». Que luego yo soy de esas que se montan sus películas en la cabeza y me imaginaba la conversación.

No, sólo miraba y pensaba que normal que tengas ese culo comiéndote esos bicharracos. (Que el chaval no me ha dicho nada por el estilo, pero mi cabeza tiene mucha imaginación).

Que digo yo, a este niñato qué coño le importa el tamaño de mi culo y el nivel de azúcar o colesterol en mis venas. Y lo que es más importante, por qué yo, mujer adulta, independiente y gordibuena, permito que esto me afecte. ¿Por qué he dejado de comerme mi bizcochito? ¿Por qué tengo que sentirme mal por la única comida que hago en el día? ¿Por qué me siento mal?

Pues eso. Que al final con la tontería me he comido el muffin de golpe esperando al metro detrás de una columna, sin testigos y sin disfrutarlo.

¿Soy la única a la que le pasan estas cosas?

Begoña Martín