Me gustaría vivir 52 vidas… en una de ellas sería cantante de ópera, en otra me haría cooperante internacional, tal vez en otra vida de esas intentara estudiar Medicina… estoy segura de que sería escritora, actriz de teatro, también probaría las drogas, me casaría con 25 años con mi primer novio del Instituto o sería una de esas que sale en “Españoles por el mundo” viviendo en Nairobi; probablemente en otra vida sería lesbiana, en otra sería hindú y hasta titiritera. Os aseguro que también sería madre.

Pero sólo tengo una. Nos toca una vida que exprimir y me niego a vivir frustrada por todas las cosas que probablemente haría, pero que no haré. En serio. No me va. Me gusta la realidad. Me gusta lo que toco. Me gusta creer que no me he dejado nada en el camino, porque tomo mis decisiones y apechugo.

Tengo 35 años, tengo trabajo, soy soltera (no estoy, soy) y vivo lejos de mi familia, en un piso de alquiler con dos chicos más jóvenes que yo. Ese es mi escenario vital. Vale. Por fin vivo en un ático. No madrugo. Me casco tres viajes mínimo al año, sin incluir la escapada anual a Italia que hago desde hace más de 10. Salgo los martes, los jueves o los lunes, hago deporte por las mañanas, compro pescado fresco en el mercado a diario si quiero, voy a la ópera y al teatro veinte mil veces, me apunto a los planes a última hora y suelto bombas de humo. Voy a visitar a amigos por todo el mundo, amo a mis sobrinos, mi hermana es la persona más importante de mi vida y no tengo más preocupaciones que las suyas quizá, cuya vida es algo más complicada que la mía. Mis padres están bien y, al margen de la salud, que nunca se sabe, insisto: mis quebraderos de cabeza no son más que eso de “qué me saco para comer hoy”, “joder el tío ese a ver si me llama”, “me han cambiado el turno de trabajo”, “me han invitado a una fiesta VIP y ahora a ver a quién se lo digo para que no se cabreen”. Sí, esos son mis problemas, porque solo me ocupo de mi misma. Soy feliz. Y no tengo capacidad mental ni voluntad de invertir eso, de ocuparme de alguien, de vivir con el peso de educar a otra persona, de que alguien dependa de mi. No tengo ganas de cambiar el modo en que vivo mi vida, la única que puedo vivir, y que es mía.

Y hasta aquí estoy dando (demasiadas) explicaciones para responder de una puñetera vez a una pregunta: ¿por qué no quieres ser madre? Fíjate, mi vida es muy parecida a la de uno de mis mejores amigos. Calcada. Pero nadie le pregunta a él por qué no va a ser padre.

A mi sí. A mi se me pregunta, a mi se me dice eso de “bah, ya cambiarás de idea, ya encontrarás a alguien, seguro que al final tienes hijos”… ¿Al final de qué? ¿Al final de mi vida? ¿Cómo puede ser eso posible? ¿Cómo puedo tener la desfachatez de traer al mundo a una persona y dejarla sola con 20 años si me pasa algo a los 60? ¿Cómo podemos tener hijos por tener? ¿Por qué hay que tenerlos?

¿Y sabéis qué? He oído cómo alguien me decía que no quiero tener hijos por egoísmo, porque no querer renunciar a mi (alocada, desordenada, cambiante) vida…

*(sí, resulta que la soltería ahora es sinónimo de todo esto)

… es un acto egoísta… ¿Cómo le explico que no la entiendo yo a ella, que ha tenido un hijo para arreglar su matrimonio? No puedo, porque no me incumbe, porque esa pregunta no puedo hacerla.

Pero la gente puede preguntarme a mi aquella otra: ¿por qué NO quieres ser madre? Cuando nadie, jamás, le pregunta a nadie por qué SÍ quiere serlo.

En fin… no daré más explicaciones: me lo he prometido… en efecto, nunca se sabe. Claro que me da tiempo a vivir en Nairobi, a estudiar Medicina, a probar drogas, a acostarme con una tía, a hacerme hindú o titiritera y por supuesto, a ser madre. La pena es que si alguna vez hago alguna de las demás cosas, si alguna vez mis prioridades cambian y dejo el periodismo para intentar ser actriz de teatro, todos me preguntarían ¿por qué?

La pena, digo, es que estoy segura de que nadie me preguntaría qué me ha hecho cambiar de idea para ser madre. Y es lamentable.