Se sentía joven aún descubriendo esos pequeños detalles que avisaban de lo contrario.

Pequeñas arrugas en sitios antes lisos y tersos para nada evidentes, pero allí estaban, conviviendo con un acné tardío. Pequeños colgajos de piel que empezaban a marcar círculos concéntricos alrededor de sus codos como anillos de un árbol centenario, señal inequívoca del paso del tiempo. Esos michelines que sabía que ya no se irían, reservas grasientas en las caderas esperando el momento de albergar una vida, que no llegaba, que se resistía.

Y ahí estaba ella, sin saber qué le parecía más amenazante, si el pasado o el futuro. El pasado con sus errores cometidos, el futuro con sus errores por cometer. No le gustaban las sorpresas, el mundo conocido con sus pautas y sus ciclos estaba bien, era controlable, era seguro.

A veces sentía deseos de operarse las tetas, agarrar la maleta y enfrentarse a la inmensidad del camino desconocido, al futuro, a la incertidumbre, sola, como ahora, sola, pero lejos. Donde esas arrugas que enmarcaban sus ojos hablaran de experiencias y misterios, de risas trasnochadas con amantes atractivos. Nada de lágrimas, nada de errores…solo las arrugas que dan la alegría y los rayos del sol en la cara.
Pero el entusiasmo se desinflaba y las tetas volvían a estar en su sitio, más abajo de lo deseado, la maleta en el armario y el brillo curioso de su mirada apagado y lúgubre.

scarlett-johansson

Solo el hecho de haberlo pensado por un instante era para ella una victoria. Un mirar por encima del hombro a su propia mediocridad, la de su familia, la de sus amigas, la de su trabajo, la de ese pasado y futuro que amenazaban con conjugarse en el mismo tiempo, sin diferencias, sin novedades…iguales…

Como si la mañana y la noche corrieran un viaje acelerado hacia el mediodía. Hasta ese punto donde el sol muestra su máximo esplendor, brilla con majestuosidad y mira a la tierra desde arriba, sintiéndose importante, sintiéndose vital y único.

Pensaba ella que en el presente ideal siempre era mediodía, hasta en el día más nublado el sol se asomaba desde su punto más alto y, al igual que esos fogonazos de entusiasmo en los que se venía arriba y recorría el mundo maleta a cuestas, le guiñaba un ojo desde aquella posición privilegiada y le daba mensajes de aliento «¡vamos! ¡tú puedes! aún no es tarde»

Todavía había vuelta atrás…pero ella no lo sabía…

Autor: Inés Solé