¿Quién repone el papel higiénico en vuestra casa?

 

Tengo un don, un superpoder, una capacidad extraordinaria que me hace única y me diferencia de los demás. Por lo menos de los demás humanos que habitan en mi casa. Que ya me podía haber premiado el universo con la habilidad de teletransportarme, de viajar en el tiempo, o con una superfuerza o algo molón. Pero el que me ha caído es el poder de que siempre me toque cambiar el rollo de papel higiénico a mí. No falla, es increíble. Ya sea porque me encuentro el canuto pelado o por que le queden solo un par de hojitas, la que lo quita y pone otro rollo nuevo en el portarrollos siempre, siempre, siempre soy yo.

¿Solo me pasa a mí o hay más personas bendecidas con el mismo don? ¿Quién repone el papel higiénico en vuestra casa?

La verdad es que no lo doy asumido como la gran bendición que es, y me sigo cabreando sobremanera cada vez que me siento en la taza del wc y veo que he vuelto a ser la agraciada. Somos dos adultos y dos niños cagando en los mismos váteres, pero nada, que a ellos siempre les llega con la cantidad que quede.

De modo que, además de la tan ardua tarea de sustituir el rollo, me he autoasignado la de que siempre haya repuesto en los baños (básicamente porque la que tendría que limpiarse con la mano siempre sería yo). Así como la de que siempre haya papel suficiente en casa para ir proveyendo los cajones que, a tal efecto, hay frente a cada inodoro. Y, puede parecer una tontería, pero el temita del maldito papel del culo supone una gotita más en el vaso a rebosar que es mi carga mental.

 

¿Quién repone el papel higiénico en vuestra casa?

 

Porque no solo se trata de eso, existen multitud de tareas ‘simples’ que, acumuladas unas encima de las otras, pueden llevarte al colapso. Es decir, ya que pregunto quién repone el papel, pregunto también quién se encarga de la compra en general en vuestra casa, por ejemplo. Quién está en el grupo de padres del colegio. Quién es el que se entera de que el niño debe llevar una cartulina blanca de tamaño Din A3 el lunes. O de que la niña debe llevar camiseta blanca el viernes.

Pero ya no solo eso. Me pregunto también quién tiene en mente que en el frutero solo quedaba un plátano esta mañana y toca fruta para la merienda del cole al día siguiente. Quién sabe lo que hay en la nevera, lo que hay hoy para cenar. Y no me refiero a quién cocina, que un poco también. Sino a quién ha sido el que se ha preocupado de ver lo que hacía falta, de comprarlo y de organizar el menú.

No vale lo de ‘¿qué hago de cenar?, porque eso alivia la carga del trabajo del momento, nada más; no hace nada para aliviar la carga mental de quien ha hecho todo lo anterior. No vale ofrecerse a ir al supermercado si debes preguntar qué hay que comprar. Como no vale decir ‘venga, que hoy preparo yo las mochilas’ si no tenemos ni pajolera idea de qué hay que meter dentro.

¿Verdad que no? No. Porque no es el hecho de levantarse apurada para prepararlo todo, ni el de recorrerse los pasillos del hiper y arrojar cosas dentro del carro. Ni tampoco el de bajar al bazar a por la cartulina. Es lo que supone vivir en ese estado de tensión permanente. En el de estar constantemente haciendo notas mentales, recordando esto y lo otro, tachando ítems de una lista que crece a un ritmo mayor del que los eliminamos. Sintiendo que nunca llegas a todo, que no te puedes relajar en ningún momento.

 

¿Quién repone el papel higiénico en vuestra casa?

 

¿Quién hace esto en vuestra casa? Si vives en pareja heterosexual, ¿está repartida la carga de forma equitativa? Porque, nos guste o no, en un porcentaje demasiado alto este peso sigue recayendo en la mujer.

¿Estás de acuerdo?

 

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