Yo quiero un polvo hollywoodiense, uno de esos en los que no hacen falta preliminares porque todo va como la seda, en el que te lo puedes montar en la ducha sin parecer una morsa haciendo un espectáculo y en el que con un poquito que te toquen ya estés viendo las estrellas.

Quiero llegar al éxtasis más absoluto con cuatro magreos y, por supuesto, a la vez que mi pareja. Lucir como una diosa del Olimpo y por la mañana amanecer maquillada (pero no a manchurrones, por supuesto).

Yo quiero montármelo como en las pelis, esas que nos han vendido el sexo del postureo. Ese folleteo en el que jamás hace falta lubricante y en un plis plas ya está la cosa en marcha. Quiero que me empotren en cualquier parte de la casa sin perder el equilibrio, levantar una pierna (o que me levanten) como una acróbata del Circo del Sol y aun así disfrutar y gemir como una hiena.

Quiero llevar siempre ropa interior provocativa, en cualquier ocasión, y que cuando me desabrochen la blusa aparezca mi precioso sujetador de encaje negro. Que el momento me pille siempre archi depilada, con medias de liga y tacones de aguja. Quiero ser la mujer fatal de las películas de los ochenta, esa que vestía faldas de tubo cualquier día del año, y que pisaba con fuerza a lo “Armas de mujer”.

Yo quiero ponerme la camisa de mi empotrador la mañana después de una noche de tórrido romance y lucir incluso más sexy que con mi propia ropa. Y quiero que él al mirarme desee dármelo todo again en una bañera diminuta en la que cabremos los dos sin que aquello parezca una escena de “Liberad a Willy”.

Me volvería loca tumbarme en la cama sin que mis pechos se desparramasen uno para cada lado, que se mantuviesen tersos y en su sitio como si un sujetador invisible continuase levantándolos. Y que en un movimiento sutil pero atrevido un galán de cine se girase a mi lado en la cama mostrándome su trasero.

Yo quiero sexo salvaje con cinturones y corbatas con los que atar a mi vikingo al cabecero de la cama. Un polvo enloquecido en el que todo se diga con la mirada, y en el que ningún invento casero nos haga terminar en urgencias. Quiero jugar con chocolate y nata sin acabar los dos pringosos y a lamparones. Divertirnos por primera vez con juguetitos como si fuésemos expertos en la materia.

Quiero un polvo en pleno vuelo, en uno de esos baños minúsculos en los que no permiten entrar a más de un pasajero. Quiero que nadie nos escuche, aunque gimamos como animales y a pesar de no poder estar más incómodos, y que todos nos miren de reojo al salir despeinados como si un huracán nos hubiese atacado ahí dentro.

Yo necesito, añoro, ¡imploro! Por un magreo de película Almodovariana, en el que las tetas son lo primero y no hace falta ni bajarse las medias para tener un orgasmo. Que un actorazo de pelo en pecho me empotre por la retaguardia con la pasión de un Miura. Quiero un polvo a lo Bigas Luna, que me trisquen como en «Jamón Jamón», en el desierto de los Monegros y a la sombra de un toro de Osborne.

Y después de todo esto, ¿quién vuelve a la realidad? Yo quiero que me den lo que me han vendido durante tantos años: sexo atractivo y sin imperfecciones, polvos siempre con final feliz y ni una sola mancha. Ya no quiero más coitus interruptus, ni decenas de intentonas porque el asunto no termina de prepararse, adiós gatillazos y corridas indeseadas. Yo me voy a Hollywood que allí, según dicen, se echan los polvos de las estrellas.

Anónimo