Llevábamos cinco años saliendo. Él había estado trabajando de camarero toda su vida, y yo había terminado Filosofía en la universidad.  

No tenía pasta para hacer el máster de profesorado, así que intenté encontrar trabajo de lo que fuese para ahorrar y pagármelo, cosa que fue imposible por la vorágine “no experiencia/no titulación específica” que nos ha traído a muchísimos jóvenes de cabeza. Así pues, cansada de la situación, decidí invertir mi tiempo en unas oposiciones. 

Él, por su parte, estaba harto de la hostelería, los horarios partidos, la explotación y el cara al público así que, en búsqueda de un futuro mejor, decidió también meterse de lleno en unas oposiciones. 

Nuestra relación había sido muy bonita hasta el momento. Ambos nos llevábamos genial, tanto dentro de la pareja como con nuestras respectivas familias y entorno. Como todo, con nuestros más y nuestros menos, pero nos encontrábamos muy felices juntos. Como plan de futuro, con ambas decisiones estábamos planteando una estabilidad a largo plazo y teníamos pensado que, en cuanto uno de los dos aprobara, nos iríamos a vivir juntos y apoyaríamos económicamente al otro hasta cumplir su objetivo, hasta estar listos los dos. 

Sin embargo, aquel año de opos fue bastante duro para ambos. Además de algunos problemas familiares por ambas partes, la vuelta al estudio, su dificultad, las horas que había que echarle, y que obviamente nos veíamos menos, nos causaron una pequeña crisis. Estábamos más a la defensiva, más irascibles y tuvimos una época de discusiones varias. A pesar de todo eso y de que yo también compartía un poco de carga con los mismos factores, empecé a verlo más frío, más distante. Era más hiriente en las discusiones, y casi nunca era él el que venía a mi para solucionarlo. 

Yo intenté ponerle freno a la situación hablándolo con él e intentando encauzar un poco nuestra relación, pero a él parecía no importarle nunca. 

La cosa cada vez fue a peor, teniendo ya por su parte detalles y gestos feos, como dejarme para el último de sus planes, dejarme tirada para salir con sus amigos, y alguna que otra mentira leve que le llegué a pillar.  

Yo llegué a saturarme demasiado, a cansarme de todo y, tras mucho reflexionar, me di cuenta de que ya no sentía lo mismo y de que, además, no me merecía un novio que me tratase así. 

Así pues, decidí que iba a cortar con él.  

Sin embargo, reflexionando sobre ello, decidí esperarme hasta que hiciese su examen, al que le faltaba un mes solamente, ya que no quería joderle todo el esfuerzo y mucho menos dejarlo ko y que no estuviese bien emocionalmente como para aquel último empujón.  

Llegaron entonces las opos, hizo su examen, y aprobó. Yo me alegré muchísimo, pero la verdad es que este mes había sido distinto, habían cambiado algunas cosas y, tras finalizar el examen, tuvimos una pequeña charla reflexiva y decidí darle una oportunidad a la relación.  

DOS SEMANAS después de su aprobado, me dijo que quería hablar conmigo…y me dejó. 

Y no solo me dejó, así, sin más, si no que me dejó por otra, con la que además se iba a ir a vivir. 

Tócate el papo. 

Lo peor, es que yo estaba a menos de dos meses de mi examen, y me dejó totalmente KO. Estuve los dos meses llorando, sin entender nada, sin saber cómo era posible que hubiese tenido todo el poco corazón que yo sí que tuve pensando en él, en su bienestar, y en su futuro. 

Al final, yo no aprobé mis oposiciones. 

 

 

JUANA LA CUERDA, HISTORIA DE UNA AMIGA