Es la última vez que quedo con él, lo juro. Voy cabreada, conmigo misma, pero a mil… cuantas veces habré pensado esto y, para colmo, mi amiga no responde mi llamada y necesito hablar con alguien y calmarme mientras llego al sitio en el que hemos quedado. Voy tan alerta y excitada que no noto el cansancio del día que llevo.

Le conocí en un evento en mi ciudad, yo iba con amigas y una de ellas sugirió ir al restaurante de un amigo con el que tenía algo… Aún era pronto, pero había unas mesas ocupadas y nos pusimos en una que quedaba libre fuera del local. La calle estaba adornada y muy animada. Hacía bastante calor y pedimos algo de beber al camarero. Este sonrió y volvió con unas botellas de cava y flores. No las habíamos pedido, así que le miramos como preguntándole qué era eso y dijo que los señores de la mesa de atrás nos invitaban. Al girarme, vi a cuatro hombres elegantemente vestidos sonriendo, pero yo me fijé en uno, en el que, sin saberlo, nos envió la invitación. Un tipo alto, atlético, con el pelo no demasiado corto y con unas canas muy estratégicamente puestas. El chico nos sirvió las copas y yo cogí la mía, mire hacia él y subí mi copa a modo de brindis, él me correspondió de la misma manera, manteniendo la mirada. Me giré y seguimos de risas entre nosotras, estuvimos hasta que terminamos la bebida y nos fuimos. Al irnos, me giré y le sonreí, dije adiós con la mano y él  me dijo adiós subiendo su copa y guiñándome un ojo. Pasó el día, pero eso fue el tema de conversación de la semana.

A la vuelta de mis vacaciones había quedado con mi amiga para desayunar antes de empezar mi jornada laboral y contarnos qué tal nos había ido. Iba, como siempre, caminando y contestando mensajes en el móvil. Al irme acercando a la cafetería, levanté la vista y vi que ella estaba acompañada por un hombre, era él. Tengo que decir que me puse nerviosa y, en décimas de segundo, fui mentalizando la conversación que iba a tener con él. Llegué y directamente me presenté, él estaba un pelín nervioso, se le notaba. Me retiró la silla para que me sentara. Pedimos un café y comenzamos a hablar, no teníamos demasiado tiempo, apenas una media hora en la que contamos cómo nos fueron las vacaciones, mientras él me observaba fijamente. En un momento determinado de la conversación, vi que bajó la vista y miró mis pies. Yo llevaba unas sandalias de tacón doradas y uñas en rojo brillante. Subió la vista, me miró y sonrió.

Nos despedimos hasta la próxima, dos besos a cada una y adiós.

Recuerdo que le formé un buen sarao a mi amiga por hacerme la encerrona, pero ella decía que de otra forma no hubiese aceptado a hacerlo. Pasó la semana…

Había conseguido mi número de móvil y, el lunes siguiente, recibí un mensaje pidiéndome un nuevo desayuno, esta vez en la cafetería del hotel cercano a mi lugar de trabajo, él tenía dos reuniones allí temprano, así que me podría ver antes. Recuerdo que esa mañana tenía un dolor de cabeza insoportable, así que no me esmeré mucho en arreglarme, fui con coleta, sin maquillaje apenas y con vaqueros. Subí a la cafetería del hotel y allí estaba él, perfectamente vestido, peinado y perfumado, y yo con unas pintas horribles…

Recuerdo que las cortinas de la cafetería eran de color rosado y estaban parcialmente descorridas, me senté en un sillón y me daba parte del sol que entraba por la ventana de al lado. Pensé que debía tener un aspecto horrible en comparación con las demás veces en las que habíamos “coincidido“… Le dije que me disculpara por ello y me dijo que le encantaba porque así se podía hacer una idea de la visión que tendría el día que despertase a mi lado…Sonreí, cogí mi taza, terminé mi café con la cara roja como un tomate y me marché, con un par de besos más cercanos a mi boca que a mis mejillas, olía a puro deseo.

 

Pasaron dos semanas y no volví a tener ningún mensaje más de él, yo tampoco le busqué. Mi amiga me comentaba alguna que otra vez que le había visto reunido en el restaurante de su amiguito, pero que no se habían ni saludado.

A las tres semanas recibí un mensaje donde me pedía una cita para cenar conmigo y que mi amiga viniese, creo que se debía a una cierta desconfianza que veía en mi, yo lo llamaba nerviosismo…

Quedamos para cenar y estuvimos los tres, su amigo no apareció. Entre otros negocios, tenía un restaurante japonés, el mejor de la ciudad y allí fue donde cenamos. Su cocinero nos preparó lo más exquisito que he podido probar en mi vida, acompañado por vino y saque. Poco a poco me fui relajando y la velada fue divertida y relajada. Nos tomamos una copa después de cenar, y nos confesó que era un amante de Japón y de todo lo que tenía que ver con ello, por eso se decidió a abrir su restaurante. Nos fuimos. De nuevo dos besos casi en mis labios.

Cada vez sentía más atracción hacia ese hombre, más mayor que yo, que me proporcionaba un morbo increíble y que sabía alimentarlo cada vez que nos veíamos. Miraba mi móvil constantemente y siempre estaba alerta por si me lo encontraba en cualquier esquina.

Un mes pasó antes de que tuviese noticias de nuevo. En su mensaje  me decía que me recogería con un coche determinado en una zona al lado de mi lugar de trabajo. Le dije que de acuerdo. A esa hora estuve puntual, él estaba estacionado esperando. Le pregunté hacia  dónde íbamos y me dijo que era sorpresa, pero que me iba a gustar. Fuimos todo el camino hablando de viajes y demás. Cuando llegamos, entró en un parking privado, aparcó delante de una casa enorme y al mirar hacia arriba vi un cartel con la palabra HOTEL. Dudé y él me lo notó. Me dijo que tenía una sorpresa preparada y que, si no me gustaba o no me apetecía quedarme, me llevaría a casa.

Me cogió de la mano al entrar y vi que en recepción había una chica japonesa, además de que toda la decoración del hotel era de temática japonesa. Nos indicó que la suite estaba preparada. Nos acompañó y cuando nos abrió la puerta de la habitación, me quedé alucinada. Estaba alumbrado con una luz tenue pero podía ver perfectamente que era una mini casa japonesa, nos enseñó el baño, donde había una bañera negra enorme típica japonesa preparada con sales. Una habitación con un futón y una decoración alucinante y una sala con una mesa y cojines en el suelo. En la mesa había velas encendidas, sushi  y champagne. También había dos kimonos. Me ofreció uno, el rojo y el cogió el negro. No dejaba de mirarme a los ojos. No hacía falta hablar. Lentamente, nos fuimos quitando la ropa completamente y nos pusimos los kimonos, pero nada de lanzarnos como locos al vernos en pelotas, no, fue todo de una elegancia exquisitamente erótica. Bebimos cerveza japonesa para romper un poco el hielo, aunque hielo había poco…, y conversamos. Le pregunté por qué miró mis pies aquella mañana de nuestro primer café,  me dijo que le encantaban y que era un fetichista de esa parte en concreto.

Cené lo que pude, aunque estaba tan nerviosa y excitada que no me entraba casi la cena. Las velas encendidas daban un toque de misterio y morbo que me ponía a mil y,  en la tercera copa de champange me dijo que estaba hablando demasiado y que quería saber si me llevaba a casa.

Me desperté en el tatami a la ocho de la mañana o algo así, él estaba en la ducha y el desayuno servido en la terraza. Desayunamos, me duché y nos fuimos.

Han pasado años de esto, nos hemos visto varias veces después, aunque cada uno tenía y tiene su vida. Él ahora está casado y yo en pareja, pero de la atracción no se puede escapar. De vez en cuando, pueden pasar meses, recibo algún mensaje en mi móvil, de diferente manera porque ya he cambiado de modelo de móvil unas cuatro veces, es ahí cuando me doy cuenta del tiempo que ha pasado. Recibo el mensaje y contesto OK…

 

Anais