Mañana era su cumpleaños. Marta cumplía treinta y cinco y su vida no era para nada cómo se la había imaginado. Sin novio, sin trabajo estable y viviendo de alquiler. Su sueño de ser madre se alejaba cada vez más en el horizonte. Arrastraba la crisis de los treinta ya cinco años más.

La mayoría de sus amigas, casadas o con hijos, la animaban a continuar con su miserable existencia. “Tienes que buscar un trabajo mejor”, “Tienes que encontrar a alguien para compartir tu vida”, “Tienes que…” para ellas era fácil dar consejos desde sus exitosas vidas con trabajos estupendos, maridos ideales y bebés adorables.

Con el trabajo hace tiempo que tiró la toalla. Pero encontrar una pareja se había convertido en una meta a alcanzar. Había salido ya con tíos buenos sobre el papel, que luego habían resultado ser toda una decepción. Siempre buscaba el mismo perfil: hombre entre los 30 y los 40, con un trabajo estable, casa propia, a poder ser sin cargas familiares ni emocionales. Pero al final en todas detectaba alguna red flag que le hacía salir huyendo.

Aquella noche, la víspera de su treinta y cinco cumpleaños, decidió romper con sus propias normas y conocer a algún tío que no se encontrara dentro de sus ideales de perfección. Cogió su móvil, abrió Tinder, modificó sus criterios de búsqueda en la aplicación, y comenzó a dar luz verde a chavales monos sin nada en común con ella. La mayoría eran menores de 30, sin interés en establecer una relación seria. Tras conversar con varios, se interesó por Pablo, tenía 25 años, pelo rubio, ojos claros, un metro ochenta, estudiante y muchas ganas de conocer gente. Decía ser muy maduro para su edad, por lo que le atraían las mujeres mayores que él, en este caso concreto, diez años más.

Tras hablar por WhatsApp un par de semanas, decidieron quedar en el centro de la ciudad para conocerse. El flechazo fue inmediato. Tomaron unas cervezas y acabaron en la casa de Marta. El sexo fue el mejor de su vida. Pablo era inagotable, podía echar polvo tras polvo sin descanso. Ella no recordaba ya esa vitalidad y esas ganas que se tienen a los veintipocos. Lo hacían en la cama, en la ducha, sobre la encimera de la cocina, en la mesa del salón, cualquier rincón de la casa les servía para dar rienda suelta a su deseo.

encuentro sexual

Se siguieron viendo, habitualmente en casa de ella. Sus encuentros se limitaban casi siempre al terreno sexual. Hasta que un buen día, Marta decidió que ya era hora de sacar a Pablo de casa y convertirlo en su novio. Un sexo tan alucinante no podía quedarse en algo circunstancial, necesitaba que él fuera su pareja y no perder nunca eso que tenían.

Pero al intentar transformar una conexión puramente física en algo emocional y duradero, se dieron cuenta de que no tenían nada en común. Ella quería casarse y tener hijos ya, él estaba terminando su grado y quería viajar y puede que seguir estudiando. Un sábado ideal para ella era quedarse en casa viendo una película acurrucados en el sofá, él era más de salir de fiesta o de juntarse con sus colegas a jugar a la Play.

Pronto, los encuentros sexuales comenzaron a hacerse más esporádicos, hasta que una noche que habían quedado, Pablo no se presentó. A la mañana siguiente, él rompió con ella. Le dijo que no podía darle lo que ella estaba buscando. Marta no quería dejarlo, estaba dispuesta a renunciar a todo con tal de no perderlo, a él y al sexo tan increíble que había experimentado. Pero tras días de rogarle, recuperó la cordura y se dio cuenta de que se estaba agarrando a una relación donde lo único que funcionaba había sido la cama. Se había obsesionado con un chico que nada tenía que ver con ella. Que Pablo no era el amor de su vida ni mucho menos.

Ella volvió a salir con chicos de su edad, algunos más interesantes que otros, con la esperanza de que la vida le brindara por fin su oportunidad de encontrar a alguien para ella.