El motor de aquel taxi me arrullaba. Puede que en parte la culpa también fuese de que mis últimas dos noches en casa de Gemma habían sido un completo caos de mucho de todo salvo dormir. Era lo que pasaba cada vez que la buena de Gemma descolgaba el teléfono para avisarme de un nuevo infortunio amoroso, que terminábamos las dos borrachas como piojos bailando la Lambada en su salón como si aquello fuese, por lo menos, ‘Mira quién baila‘.

El caso era que había terminado el fin de semana, me faltaba robarle apenas unas horas al domingo para tener que ponerme en marcha de nuevo, y aquello de ‘noches alegres, mañanas tristes’ se estaba haciendo más fehaciente que nunca. Mientras el taxista doblaba las calles yo miraba por la ventana intentando que el dolor de cabeza cesase. No había manera, me sentía como si un mono con platillos estuviera golpeándome el cerebro sin cesar. La boca todavía me sabía a ron-cola, ya me estaba arrepintiendo de aquel viernes tarde en el que salí disparada a casa de Gemma como una exhalación.

Lo cierto era que en el fondo no me apetecía lo más mínimo regresar a casa. Me esperaban un apartamento vacío, con un millón de platos por fregar en la pica, una toalla húmeda colgando de la percha del baño y una cama completamente deshecha. Hacía meses que aquel pequeño piso del centro había dejado de parecer un hogar para convertirse más bien en mi madriguera, esa a la que no permitía entrar a nadie, un poco por vergüenza y otro poco porque al fin y al cabo ¿quién iba a querer adentrarse en aquel tugurio?

———-

¿Y cuándo tienes pensado venir a comer a casa? Tus hermanas se acercan todos los domingos con los niños y pasamos el día en el jardín… ¿Me estás escuchando? ¡Elena! ¿Estás ahí?…

Era la tercera llamada de mi madre en lo que iba de semana. Terminar el domingo sentada sobre tres mantas hechas un nudo con la televisión a todo trapo viendo circular episodio tras episodio de vete tú a saber qué nueva serie de moda, para que tu madre decida que es buena idea volver a remover la mierda… No, no había sido en absoluto dura con ella. ¿En algún momento entendería que pasar una jornada familiar con mi hermana, esa que había decidido casarse con mi novio de toda la vida, no era el plan de mis sueños?

Lo siento madre, disculpa si todavía no me he hecho a la idea de que mi hermana y el que era mi novio hasta hace unos meses decidieran casarse como si aquí no hubiera pasado nada. Estaría bien que los demás fueseis un poco más comprensivos conmigo ¿no crees?

La había dejado muda, una vez más y para variar. Mamá se había tomado aquel capítulo de mi vida como si yo solo hubiera sido una espectadora más de un teatrillo muy bien dispuesto por mi querida hermana pequeña y el cabrón de mi novio. Quince años juntos, media vida de la mano de un hombre que yo defendía a capa y espada, para un buen día descubrir que además de quererme a mí también estaba dándole calorcito al miembro más joven de mi familia.

En casa todos decían que no debía ser tan dura, al fin y al cabo ellos dos habían tenido el valor de contármelo… Casi dos años después de haber empezado su tórrida relación secreta. Contaron la milonga de que se querían, de que se amaban con locura pero no querían hacerme daño y de ahí la mentira. Todos pusieron ojos tiernos y se abrazaron, ¡qué viva el amor! Y allí estaba Elena, observando aquella fantástica obra en la que había dejado de ser una víctima para convertirme en una mujer según ellos, sin sentimientos y muy poco comprensiva.

¿Que si fui a la boda? Claro. Tras meterme entre pecho y espalda tres chupitos de Jagger aderezados con un par de tranquilizantes. Del evento recuerdo más bien poco, dejando a un lado el ver entrar a mi hermana radiante con su vestido de novia y a mí entrarme unas ganas locas de vomitar por culpa de todo el mejunje que me había tragado minutos antes. La jornada fue digna de recordar, fuimos la familia perfecta de cara a la galería, mi hermana tuvo una exaltación de la amistad conmigo en medio del baile, llamándome ‘tía chachi‘ ‘mujerona‘ o ‘campeona‘. Yo me ceñí a sonreír y a pensar en que aquella era una mala pesadilla de la que despertaría en mi cama, abrazada a mi queridísimo novio. Bueno, realmente la que despertó abrazada a aquel ser maquiavélico fue ella ¡qué cosas tiene esta vida!

———-

¿Nunca te has planteado qué es lo que estamos haciendo mal?‘ Estaba semi tumbada sobre mi mesa, dando golpecitos a una simpática abeja que coronaba una lápiz, regalo de mi querida sobrina Estela. ‘No puedo más, cada día que pasa es como una nueva escalada, me estoy volviendo loca.

Al otro lado del teléfono Gemma escuchaba, no sé si prestándome atención o activando el manos libres mientras continuaba revisando página a página las últimas novedades en zapatos de Jimmy Choo que sabía que jamás se podría comprar. Yo por mi parte había cerrado las persianas de mi despacho para que nadie viese a una gran ejecutiva hecha polvo. Ante ellos continuaba siendo Elena, la mujer de hierro que había superado un enorme golpe en la vida dedicándose por entero a su fructífera carrera en el sector hotelero. Nada más lejos de la realidad, por dentro me deshacía, me consumía y no dejaba de maldecirme.

Lo que tienes que hacer es cerrar de una vez ese episodio nefasto de tu vida. Él es un hijo de puta y tu hermana la mosquita muerta otra que tal baila. Déjalos ir, cierra esa puerta y ¡abre una ventana!

¿Para qué, para tirarme por ella? Es mi familia ¿recuerdas? Esa que celebra hasta cuando alguien consigue ir al baño después de varios días de estreñimiento. Me he quedado sin ellos, no puedo…

Me cago en la leche, Elena. Cierra la puta puerta de una maldita vez, ellos lo entenderán y con el tiempo la herida se curará. Llevas casi un año meneando tanto esa mierda que la peste llega a mi oficina.

Suspiré hondo, ahogando unas ganas de llorar que se acumulaban en mi pecho produciéndome un malestar increíble. Tenía 36 años, una carrera estupenda en una buena empresa, toda una vida por delante… Y muy pocas ganas de hacer otra cosa que no significase regocijarme en mi mierda de año.

———-

Rocío se paseaba nerviosa delante de mi despacho. La veía ir y venir llena de papeles ante el gran ventanal que separaba mi zona del resto de compañeros. Siempre había odiado estar dentro de aquella pecera de cristal, pero según parece ascender a marketing manager entrañaba pasar por ciertas concesiones, entre las que se encontraba tener que trabajar rodeada de cuatro paredes que, según ellos, me otorgaban un estatus.

Al quinto viaje no pude más, salí al encuentro de Rocío placándola como quien no quiere la cosa para pedir explicaciones. Había actualizado mi correo interno veinte veces y no había noticias sobre ningún cambio de importancia en la oficina. Pero lo cierto era que Rocío como secretaria del jefe de todos los allí presentes siempre tenía mucha más información que cualquiera de nosotros.

Ay Elena… Os van a avisar de una reunión para esta misma tarde. Es urgente. Cambios, se avecinan muchos cambios. Llevo toda la mañana con papeles e historias, Roberto está insoportable. Yo no entiendo nada.‘ Rocío casi temblaba mientras intentaba colocar entre sus brazos una gran pila de carpetas que ni ella misma sabía qué podían guardar en su interior.

De pronto una gran nausea subió directa hasta mi boca. La ansiedad. Odiaba los cambios, por este año ya había sido suficiente. Los sudores fríos me llevaron de vuelta a mi pecera y en mi cabeza las ideas catastrofistas se comenzaron a aglomerar en fila, una tras otra, sin darme ni un pequeño respiro. En cuestión de segundos la idea de una Elena devastada se hizo realidad en mi cabeza. Sola, engañada y en el paro. Empezaba a verlo ¿por qué la vida me estaba tratando así de mal?

Continuará…

Mi Instagram: @albadelimon