Fui a un local de citas rápidas y acabó en un tórrido éxito

 

Siempre he querido ir a un sitio de citas rápidas, pero me daba vergüenza y pensaba que ahí solo irían degenerados o gente «rara».

Hace un tiempo, una amiga me propuso ir las dos a un sitio que vio anunciado y hacían 7 citas de 7 minutos y dado el éxito que teníamos en apps de citas, donde perdíamos el tiempo en conocer a chicos que luego no nos gustaban, pensamos que era una buena idea, y al menos de este modo si no nos gustaba ninguno no perdíamos demasiado tiempo.

Fuimos este sábado y nos encantó. El lugar era acogedor y los chicos eran de nuestro rango de edad, que siempre se hace así pero yo no lo sabía. 

Todas las citas habían sido de lo más normales, hasta que llegó la cita número 5. 

Nada más llegar a la mesa, noté una mirada intensa, tenía unos ojos verdes claros y podría decir que casi me desnudaba con su mirada. Y no era porque me mirara las tetas ni el culo, era una sensación como de complicidad abrumadora. 

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Hablamos lo poco que se puede en esos minutos, me contó a que se dedicaba, lo que le apasionaba en la vida, sus aficiones, ambiciones y otros detalles sobre su familia que me recordaban a la mía, había algo especial en él. 

Yo nada más salir mi primera y única opción, era él, y por lo que parece, ambos pensamos lo mismo porque salimos de allí juntos. 

Fuimos a tomar algo, ya más calmadamente a una cervecería que había cerca y me puse nerviosa solo con tenerlo cerca.

Se acercó un poco hacia mí y sonrió lamiéndose los labios, una de esas sonrisas que si la tradujéramos sería un «me muero por comerte entera«. 

Era evidente que si salimos de las citas rápidas juntos le atraía un mínimo. Pero en ese momento no me quedó ninguna duda, así que me lancé y le besé. 

Pedimos la cuenta y nos fuimos a pasear; cómo hacía mucho frío, al final nos metimos en su coche que lo tenía en una calle poco (o nada) concurrida. 

Pusimos la calefacción al tope y nos tapamos con una manta en los asientos traseros. 

Me sentía como si de nuevo tuviera 18 años y estuviera con un “noviete” haciendo manitas en el coche. 

Sus labios, su calor, su cuerpo rozando el mío bajo la manta, sus manos subiendo por debajo de mi camiseta tímidamente y como se estremeció al notar mi mano inmiscuirse en sus calzoncillos, me puso a mil. 

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Estábamos en medio del pueblo, y aunque era una calle poco concurrida, una parte de mí le daba vergüenza que nos pudieran ver, pero la otra estaba a mil y quería más, mucho más. 

Me preguntó si quería seguir a lo que asentí; sacó un preservativo de su cartera y se lo colocó sobre su erección. 

Los dos debajo de la manta, por calor e intimidad, se encajó entre mis piernas y me penetró profundamente. 

No pude evitar suspirar hondo cuando lo noté; sus ojos, su cuerpo grande, y obviamente lo que tenía entre las piernas,  me hacían tocar el cielo con cada embestida. 

Paró unos segundos porque estaba a punto de correrse, así que decidí cambiar de postura para alargar un poco más el momento. 

Me subí a horcajadas encima suyo y me empecé a mover en círculos encima de su polla. Rozando mi clítoris con su pubis y llevando el control de la situación por completo.

Mientras, él empezó a lamerme los pezones y amasar mis tetas, yo no pude más, empecé a temblar y me corrí agarrada a su cuello. 

Cuando me recompuse, seguí moviéndome, ésta vez de arriba a abajo sobre su erección. Él agarró fuerte mis nalgas, ayudando a que la penetración fuera más profunda. 

De pronto, escuché sus gemidos y su respiración entrecortada, mientras su erección se volvía aún más dura. Noté incluso como palpitaba su polla dentro de mí; mantuve el ritmo y entre gemidos, ésta vez más fuertes, se corrió. 

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Bajé y me quedé a su lado agotada y exhausta, sin duda ya no tenía nada de frío.

Me encantó la experiencia, realmente cuando hay química no necesitas estar semanas o meses hablando con alguien o mil citas para darte cuenta de que encajas con esa persona, a veces con 7 minutos basta.

¡A las pruebas me remito!

 

Oaipa