Llovía demasiado al otro lado de la ventana. En Madrid estábamos a 9 grados y una triste tarde de domingo se avecinaba… Me acerqué más al calefactor y me acurruqué bajo la manta, otro día más. En mi mente empezaron a transcurrir todas las imágenes del fin de semana, las cenas con amigos, las copas, las risas, los WhatsApp…y apareció él.

Un escalofrío recorrió mi columna vertebral de golpe y un maravilloso hormigueo se anidó en mi bajo vientre. Recordé la última vez que nos vimos, su sabor, su lengua en mis labios, sus sabios dedos recorriendo mi cuerpo, sus mordiscos en mis pezones. Poco a poco la temperatura subía, mi cuerpo anhelaba contacto, apagar este fuego que se había generado con su recuerdo. No sé si las hormonas o uno de mis impulsos, cogieron el teléfono y le escribieron.
Los minutos empezaron a hacerse demasado largos para la espera, pensaba que ya no quería volver a tener ningún encuentro más, que solo había sido un desliz que ocurrió hace demasiado…cuando el teléfono se iluminó con únicamente dos palabras, que hicieron de mí cuerpo un manojo de deseo : VOY AHORA.
Tras dos cigarros y un chupito de tequila para calmar los nervios, el telefonillo sonó. Me abalancé sobre la puerta y le abrí con mi mejor sonrisa y su correspondiente temblor de piernas. Estaba empapado, todo su pelo estaba apelmazado y le caían mechones marrones sobre los ojos, la sudadera se le pegaba a la piel y dejaba a relucir su cuerpo bajo ella… No había tenido tantas ganas de besarlo nunca antes, cuando de golpe cruzó la puerta, me agarró de la cintura y me besó con fiereza. Mi cuerpo respondió al momento y me pegué a él, notando como mi poca ropa de estar en casa, se empapaba.
Me mordía los labios mientras que, con las manos, me iba quitando la camiseta. Se detuvo en el cierre de mi sujetador liberando mis pechos experimentadamente. Cuando se separó y me miró a los ojos, todo mi cuerpo necesitaba su contacto y él lo sabía. Se quitó la ropa mojada, quedándose solo en boxers y con un solo movimiento, me bajo los pantalones y bragas. En dos minutos me quedé totalmente expuesta y demasiado cachonda.
Se acercó vorazmente, me agarró del culo y me sentó sobre la mesa. Empezó a recorrer con su lengua mi mentón, bajó por el cuello, me mordió el lóbulo de la oreja, sonrió sobre mi clavícula, se detuvo en el pezón y lo mordió con suavidad, haciendo círculos con la lengua, siguió bajando por el ombligo y bajando… Cuando llegó a mi sexo, se detuvo y me miró, yo no podía más, necesitaba que me tocara y así lo hizo. Me abrió las piernas de par en par y empezó a morder los muslos acercándose cada vez más, acarició la ingle con la lengua, deslizándose hasta el clítoris y un pequeño gemido brotó en mi garganta. Mis caderas empezaron a moverse a su compás mientras el no daba tregua con su lengua, recorriendo ávidamente cada centímetro, intercalando con sus dedos hundiéndose en mí. Una vorágine de sensaciones empezaron a recorrer mi cuerpo y con un gemido triunfal, me dejé ir.
Ahora era mi turno.
Llevaba esperando este momento demasiado tiempo. Me levanté como pude de la mesa, con las piernas aún temblando y le besé. Sabía a salado, sabía a mí. Mordí sus labios, su cuello, le susurré, mis manos acariciaron su pecho y bajaron hacia su miembro que estaba esperándome desde hacía tiempo. Deslicé sus boxers y liberé su imponente pene. Seguí acariciándolo mientras bajaba con mi lengua por su vientre. Necesitaba follarle con la boca. Le miré y lamí su glande lentamente. Vi como suspiraba entre dientes y me miraba fijamente, mientras recorría su pene con mi lengua. Le lamía, chupaba, absorbía como sabía que le gustaba.
Cuando sus piernas empezaron a temblar y supe que estaba llegando al clímax, me separó la cabeza y me puso en pie. Me dió la vuelta y me apoyó contra la mesa: «Te necesito aquí y ahora», me susurró en el oído. Le necesitaba dentro ya así que encorve la cintura haciéndolo más fácil y él aprovechó la situación. Hundió su pene en mí de golpe, puso una mano en cada uno de mis hombros y empezó a empujar rápidamente, con necesidad, salvaje…
Todo mi cuerpo se convulsionó y llegamos juntos.
En Madrid seguía lloviendo, pero mi cuerpo ya no se sentía tan solo con él abrazado a mi espalda.
Autor: Laura.